martes, 16 de diciembre de 2008
Cómo exterminar la plaga
La creciente drogadicción, la generalizada corrupción, la imbatible organización criminal, la absoluta impunidad, la inaplicación de la ley, el colapso económico por venir, y la democracia que no acaba de llegar, son las siete plagas que destruyen a nuestro frágil tejido social poniendo en riesgo nuestra viabilidad.
Debemos preocuparnos, y mucho, por encontrar a la brevedad, los remedios para esos males que azotan a nuestra desalentada sociedad. Por supuesto que sabemos que no existen soluciones mágicas que de inmediato, resuelvan de raíz los complejos problemas que, durante décadas, dejamos acumular. Pero algo hay que hacer, para ponernos en el rumbo que nos conduzca al anhelado desarrollo en paz con justicia social.
Muchas cosas hemos dejado de hacer o hecho mal. Los ciudadanos apáticos y desinformados, estuvimos durante largo tiempo, ausentes en la toma de las decisiones que afectaron la vida pública, y así nos fue. A esto llegamos. No podemos seguir así.
¿Podremos, los mexicanos, decir basta ya? ¿Seremos capaces de organizarnos para actuar en consecuencia y exorcizar a los demonios que nos flagelan con esas plagas, castigo a nuestra indolencia, egoísmo y falta de solidaridad?
Los habitantes de Tebas, lograron acabar con las plagas que los asolaban, desterrando de la ciudad a Edipo, su rey, causante del enojo y castigo de los dioses. Igual sucedió con los egipcios, que tuvieron que desagraviar a Yahvé para que retirara las plagas (en ambos casos hubo langostas: chapulines en náhuatl) enviadas como castigo por impedirle a Moisés conducir al pueblo de Israel a su anhelado destino.
Si en la antigüedad, esos pueblos pudieron exorcizar a sus demonios, ¿por qué los mexicanos no? Es cierto que nosotros no podemos exiliar al rey –ni siquiera tenemos los medios para hacer que renuncie- ni tampoco nos atrevemos a sacrificar a los que nos impiden llegar a la tierra prometida y así, lograr el perdón de los dioses para eludir el fatal destino. Pero podemos, en cambio, combatir a los chapulines para recuperar algo de credibilidad en nuestra naciente democracia, con la esperanza de que ésta, nos ponga en el camino de la gobernanza necesaria para solucionar el resto de problemas. Con sólo democracia, no habremos resuelto ninguno de los demás problemas pero, sin ella, no lo lograremos jamás.
Una forma de acabar para siempre con los chapulines, esos irresponsables miembros de la clase política mexicana que brincan de un cargo de elección popular a otro de manera ilegal e inmoral, consiste, simplemente, en cumplir con lo que ordena la Constitución del Estado y su Ley Electoral, negándoles a los saltarines candidatos, el registro para contender por ser inelegibles, ya que al obtener del congreso licencia indefinida para incumplir el cargo de elección popular, dejaron de ser ciudadanos: requisito indispensable para votar y para ser votados.
Lamentablemente, este insecticida no está en nuestras manos. Ni la Comisión Estatal Electoral está dispuesta a hacerlo, ni el Tribunal Electoral del Estado la puede obligar a negar los registros, porque no quiere actuar de oficio y los electores no se lo podemos solicitar. Sólo los partidos políticos y sus candidatos tienen interés jurídico para instar. A nuestras autoridades electorales, no les interesa cumplir la ley, ya lo demostraron en el proceso electoral anterior. Resulta ingenuo creer que los maromeros diputados van a reformar la ley para que los ciudadanos podamos, algún día, inconformarnos. ¡Ni modo!
Otra manera de extinguir a los depredadores de la representación popular, se puede dar por la vía del Congreso Estatal, si es que a los diputados que lo integran les da por aplicar la Constitución que juraron cumplir. En efecto, bien podrían los diputados, abstenerse de otorgar licencias por motivos distintos a los que la Constitución prevé, y dejar de arrogarse facultades que la propia Constitución no les concede. Otorgar complacientemente las licencias, prácticamente autoconcedidas, porque todos la partidos hacen lo mismo con sus candidatos, constituye una conducta ilegal, materia de juicio político o de procedencia. Pero, ¿algún ingenuo cree que éste podría prosperar? Ese mata-insectos, facultad exclusiva del Congreso, no sólo no está en nuestras manos, lo tienen en su poder los propios chapulines. Así que, otro ¡ni modo!
¿Qué nos queda? ¡Castigar a la hora de votar! Los audaces saltamontes, confiando en nuestra escasa cultura política y en su eficiente sistema de captación y cooptación del voto, creen que nada nuevo va a ocurrir. Juran que volverán a ganar. En sus campañas, utilizando los cuantiosos recursos provenientes de nuestras contribuciones, intentarán, una ves mas, convencernos de que lo que hacen es legal, que no está prohibido y de que, si bien brincar así resulta algo inmoral, no les queda de otra mientras no se puedan reelegir y, lo mas indignante, nos dirán que hay cosas más importantes que atender que el andarse fijando si cumplen o no la ley. Resígnense, todos violentan a la obsoleta constitución, nos dicen. Ya tienen a sus voceros y publicistas impidiendo que se cuestione su legalidad y legitimidad.
Se les olvida que ya no somos la misma sociedad. No se han enterado de que si ellos no son capaces de cambiar, los ciudadanos electores sí. Creo que se los podremos demostrar, si nos organizamos para promover el voto de castigo que le ponga fin a esa práctica ilegal que, entre otras, impide la consolidación democrática en nuestro país. Hagámoslo antes de que el desencanto y la desesperanza nos hagan, a todos, fracasar.
Después de unirnos para la promoción del voto de castigo -tenemos tiempo suficiente- deberemos salir, todos, a votar. El escenario de abstención les garantiza que los votos que su maquinaria electoral es capaz de capturar resultan suficiente para ganar.
No debemos desperdiciar ni dividir el voto en contra. Todos nuestros votos deben ir al candidato no chapulín más viable, sin importar su capacidad, preparación o extracción. Nos pondremos de acuerdo e impediremos caer en discusiones distractoras. No importan los defectos del que vamos a votar, ninguno es tan grave como el de ser chapulín, vividor eterno de la representación popular. Lo peor que nos puede pasar es que, en los próximos tres años, los cargos de elección popular los ocupen políticos ineptos, desinformados y hasta corruptos, como algunos de los que ya padecemos gracias a la alternada reelección.
A cambio de ese riesgo, con el voto de castigo, ciego, que probablemente nos veamos obligados a utilizar una sola vez, sentaremos un trascendente precedente que deje claro que la burla de los que suponen que pueden renunciar a la representación popular cuando conviene a su particular interés, simplemente, ya no la vamos a tolerar. Más aún, entenderán que incumplir la Constitución que juraron guardar, tiene sanción.
Los nuevos ciudadanos de la naciente sociedad civil, no sólo estamos decididos a aprender a deliberar y a participar, estamos empeñados en hacernos representar por ciudadanos elegidos para cumplir un mandato que, por definición, es irrenunciable y, revocable cuando las cuentas se rinden mal.
claudiotapia@prodigy.net.m
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¿Alguna similitud con los chapulines de Coahuila?
¿Fernando de las Fuentes la mejor opción para el Congreso local?
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