Publicado en Le Monde Diplomaquite en español
CLACSO - Cuadernos de Pensamiento Crítico Latinoamericano
Por Carlos Tünnermann Bernheim, Pablo Gentili y Daniel Mato
Los textos que componen el presente Cuaderno del Pensamiento Crítico constituyen una aportación al necesaria debate sobre el presente y el futuro de las universidades latinoamericanas y caribeñas. A noventa años de la Reforma Universitaria de Córdoba y en el marco de una coyuntura regional donde se juegan grandes oportunidades políticas y enormes desafíos democráticos, la reflexión sobre nuestras universidades constituye un imperativo intelectual, una necesidad estratégica que mucho nos aportará a la construcción de un futuro de justicia e igualdad. Pensar la actualidad del legado de la Reforma y, al mismo tiempo, la necesidad de ir más allá de los límites del reformismo de 1918 redoblando su herencia democrática, es el eje que atraviesa este nuevo Cuaderno . Las contribuciones aquí presentadas constituyen fragmentos de algunos de los capítulos que componen el libro compilado por Emir Sader, Hugo Aboites y Pablo Gentili: La Reforma Universitaria. Desafíos y perspectivas 90 años después , publicado por CLACSO.
La Reforma de Córdoba: su actualidad y sus desafíos
La Reforma de Córdoba fue el primer cuestionamiento serio de la universidad latinoamericana tradicional y, según algunos sociólogos, marcará el momento del ingreso de América Latina en el siglo XX. Las universidades latinoamericanas, como fiel reflejo de las estructuras sociales que la Independencia no logró modificar, seguían siendo los "virreinatos del espíritu" y conservaban, en esencia, su carácter de academias señoriales. Hasta entonces, universidad y sociedad marcharon sin contradecirse, pues durante los largos siglos coloniales y en la primera centuria de la República, la universidad no hizo sino responder a los intereses de las clases dominantes de la sociedad, dueñas del poder político y económico y, por lo mismo, de la misma universidad.
La Reforma de Córdoba fue el primer cuestionamiento serio de la universidad latinoamericana tradicional y, según algunos sociólogos, marcará el momento del ingreso de América Latina en el siglo XX. Las universidades latinoamericanas, como fiel reflejo de las estructuras sociales que la Independencia no logró modificar, seguían siendo los "virreinatos del espíritu" y conservaban, en esencia, su carácter de academias señoriales. Hasta entonces, universidad y sociedad marcharon sin contradecirse, pues durante los largos siglos coloniales y en la primera centuria de la República, la universidad no hizo sino responder a los intereses de las clases dominantes de la sociedad, dueñas del poder político y económico y, por lo mismo, de la misma universidad.
El Movimiento de Córdoba, que se inició en junio de 1918, fue la primera confrontación entre una sociedad que comenzaba a experimentar cambios de su composición social y una universidad enquistada en esquemas obsoletos. La Reforma de Córdoba trajo a las universidades latinoamericanas la autonomía universitaria, como su fruto más preciado. Su conquista ha sido fundamental para el desarrollo de nuestras universidades desde entonces.
La renovada función social de la educación superior defendida por el Movimiento Reformista, así como la elección de las autoridades universitarias por la propia academia y el cogobierno, son postulados que hoy están consagrados en las leyes y estatutos universitarios de la región. Córdoba marcará un hito en la historia de la universidad latinoamericana: "la Universidad, después de 1918, no fue lo que ha de ser, pero dejó de ser lo que venía siendo", afirmará Germán Arciniegas: "1918 fue un paso inicial, la condición para que se cumpliera el destino de la Universidad en América como Universidad".
Si bien la Reforma no logró el cambio de nuestras universidades en el grado que las circunstancias exigían, dio pasos positivos en esa dirección. Su acción se centró, principalmente, en los aspectos organizativos del gobierno universitario, como garantía de la democratización que se buscaba. Fue menos efectiva en cuanto a la reestructuración académica de la universidad, que siguió respondiendo al patrón napoleónico profesionalista. Pero, en una perspectiva histórica, Córdoba será el punto de arranque del proceso en marcha de la reforma que tanto necesitan nuestras universidades, proceso que debe conducirnos al diseño de un modelo más ajustado a nuestras necesidades, a nuestros valores y a nuestras genuinas aspiraciones democráticas. En este sentido, Córdoba sigue señalando el rumbo: robustecer nuestra propia identidad para dar una respuesta extrayendo de este Movimiento lo que tuvo de auténtico, e inspirados por su misma vocación latino-americanista. Córdoba fue el primer paso. Un paso dado con pie firme y hacia delante. Con él se inició un movimiento original, sin precedentes en el mundo. Ecos de este movimiento resonaron en el Mayo Francés, en Estados Unidos, en 1968, e incluso en la "Declaración Mundial sobre la Educación Superior para el Siglo XXI" (promulgada en París en 1998). El "Grito de Córdoba" no se ha extinguido. "Está aún en el aire", como afirmará Risieri Frondizi. Así, Córdoba sigue siendo para nosotros, la reforma por antonomasia. Por Carlos Tünnermann Bernheim (Ex Ministro de Educación de Nicaragua durante los cinco primeros años de la Revolución Sandinista, Embajador de Nicaragua ante Estados Unidos y la Organización de Estados Americanos (1984-1988) y ex Rector de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.) (Fragmento del capítulo "La reforma de Córdoba: vientre fecundo de la transformación universitaria")
Posneoliberalismo, reforma universitaria y excelencia académica América Latina, noventa años después del estallido de la Reforma Universitaria de Córdoba, enfrenta una coyuntura política de enormes oportunidades y expectativas democráticas.
Posneoliberalismo, reforma universitaria y excelencia académica América Latina, noventa años después del estallido de la Reforma Universitaria de Córdoba, enfrenta una coyuntura política de enormes oportunidades y expectativas democráticas.
La emergencia de nuevos Gobiernos, con diferencias y especificidades nacionales, pero surgidos de luchas populares y de procesos de movilización social que fueron fundamentales para minar la legitimidad del proyecto neoliberal, abre esperanzas y actualiza una agenda de desafíos democratizadores en todo el continente. La coyuntura exige una gran dosis de creatividad y responsabilidad para poder avanzar en la construcción de una nueva reforma universitaria que, de una manera efectiva, amplíe y consolide instituciones académicas inclusivas y de calidad, o sea, de "excelencia". Sin embargo, las nuevas Administraciones posneoliberales deben tratar de huir de las trampas que el neoliberalismo les ha dejado, en un sendero repleto de señuelos y cantos de sirena, donde la tentación del discurso tecnocrático puede ser el primer paso en dirección al fracaso. Entonces, discutir pues el significado del tipo de "excelencia" que debe guiar las políticas universitarias de Gobiernos que aspiran a revertir la herencia de exclusiones y discriminación dejadas por el neoliberalismo, parece no ser un tema menor.
Hoy, más que nunca, debemos enfatizar que un proyecto de universidad que construye su "excelencia" sobre la base de la omisión o la indiferencia frente a las condiciones de vida de millones de seres humanos y a su incapacidad, declarada o no, para luchar contra la opresión y contra la persistencia de las desigualdades que produce cotidianamente la tiranía del mercado, suele ser un proyecto de universidad donde la "excelencia" acaba siendo la coartada, el pretexto quizá más efectivo para justificar su cinismo y su petulancia intelectual. Noventa años atrás, el Manifiesto Liminar de la Reforma de Córdoba nos alertaba: "[nuestras universidades se han transformado en] el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara".
La "excelencia académica", del mismo modo, no puede fundarse en un proyecto de universidad que prescinde de la especificidad que poseen las instituciones de educación superior y del radical poder desestabilizador que se deriva, potencialmente, de esta especificidad. Las universidades democráticas deben ser espacios de producción y difusión de los conocimientos socialmente necesarios para comprender y transformar el mundo en que vivimos, entenderlo de formas diversas y abiertas, siendo el ámbito inexcusable donde el debate acerca de las múltiples formas de comprensión y construcción de nuestras sociedades se torna inevitable y necesario.
Las universidades nos ayudan a leer el mundo, a entenderlo y a imaginarlo. Para esto, la producción científica y tecnológica constituye una aportación fundamental, entendiendo así que el monismo metodológico y que el sectarismo teórico no son otra cosa que obstáculos que impiden una comprensión crítica de nuestra realidad histórica. Descolonizar las universidades para contribuir a la lucha para la descolonización del poder, parece ser un lema de gran actualidad que resuena intenso en la memoria viva del movimiento reformista, aun cuando éste, casi un siglo atrás, estaba inevitablemente contaminado de un prometeico iluminismo.
La "excelencia académica" tiene que ver, por lo tanto, con la democratización efectiva de nuestras universidades, con la democratización de las formas de producción y difusión de saberes socialmente significativos y con la propia democratización de las posibilidades de acceso y permanencia de los más pobres en las instituciones de educación superior. Fuera de este marco, las universidades parecen condenadas a buscar su redención en la obsecuencia con los tiranos, sea cual fuera su origen y su época, sea cuales fueran las razones que ellos buscan para justificar su propia existencia.
La "excelencia académica" cobra sentido así en las oportunidades efectivas que las universidades crean para "revolucionar las conciencias", como dirán los reformistas; en las condiciones materiales y simbólicas que ellas ofrecen para desestabilizar los dogmas que imponen los poderosos; en la lucha contra el autismo intelectual que nos proponen los dueños del poder y replican sus mediocres acólitos, ocultos tras la toga de la prepotencia. Dirán los reformistas, en 1918: "el chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes". Hacer de esta expresión una guía de acción es, quizá, un indicador de excelencia más efectivo que el ofrecernos cualquier prueba de aprendizaje aplicada a los alumnos. La actual hora americana, parafraseando a José Carlos Mariátegui, nos interpela a reconocer que el proyecto de la Reforma posee una enorme actualidad ya que, por sobre todas las cosas, constituye un contundente discurso ético, público, sobre nuestras universidades y sus prácticas cotidianas.
Construir las universidades como un valor imprescindible en la lucha contra la opresión y la injusticia, nos ayuda a recuperar el valor que han perdido nuestras instituciones de educación superior en una era donde las desigualdades y la explotación se volvieron datos aparentemente irrelevantes. La universidad construye valores y, al hacerlo, se construye a sí misma como aparato de reproducción de la tiranía o como espacio público de producción e invención de utopías. En 1918 se gestaban los trazos de una utopía de emancipación y revuelta, herencia que sería recuperada cincuenta años más tarde, cuando, en 1968, desde las barricadas de París, Praga, México, Estados Unidos, Alemania e Italia, los estudiantes volvieron a tomar las calles, clamando por justicia e igualdad.
Los tiempos, sin lugar a dudas, han cambiado y, vaya paradoja, aunque diversos gobiernos populares se multiplican por todo el continente, las utopías libertarias y socialistas, humanistas y democráticas que inspiraron a los movimientos emancipatorios durante todo el siglo XX, parecen aún dispersas, tenues y, por momentos, insignificantes. Quizás hoy, más que nunca, la universidad pueda ayudarnos a imaginar alternativas. Esto supone, en primer lugar, que quienes trabajamos en las instituciones académicas seamos capaces de pensarnos a nosotros mismos. La universidad no podrá contribuir a pensar una sociedad diferente si ella no asume el desafío político de cambiarse a sí misma. La universidad no será nunca una fuente de utopías (en plural y en permanente estado de inestabilidad) si ella no es capaz de enunciar los contornos de sus propios proyectos utópicos.
Es probable, sin lugar a dudas, que los insumos para que esto ocurra no estén hoy tan visibles y definidos como en el pasado. Es posible que estén dispersos y fragmentados. Sin embargo, el legado esperanzador del Movimiento Reformista es que las utopías siempre existen y, como proclamaba la juventud de París, quizás están debajo de los adoquines, en los cimientos, bajo tierra. Recuperar, o sea, inventar nuevamente estas utopías es un desafío inexcusable, urgente y necesario. Por Pablo Gentili (* Investigador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad del estado de Río de Janeiro y Secretario Ejecutivo Adjunto de CLACSO) (Fragmento del capítulo "Una vergüenza menos, una libertad más. La Reforma Universitaria en clave de futuro")
Las universidades latinoamericanas y su legado colonial Los noventa años de la Reforma Universitaria de Córdoba, nos imponen la necesidad y la oportunidad histórica de actualizar uno de sus postulados centrales. Me refiero particularmente al desafío que los reformistas formularon cuando anunciaron su pretensión de romper con la "dominación monárquica", en términos de lo que entonces se enunciaba como estar "viviendo una hora americana". En 2008, esta propuesta podemos formularla más claramente como criticar y superar el "legado colonial" que viven nuestros países y también nuestras instituciones universitarias. Para evitar equívocos apunto explícitamente que no se trata de negar el pasado, ni de "retornar" románticamente a otro momento de la historia, sino de criticar y superar el racismo y la incapacidad de reconocernos como sociedades pluriculturales, la hegemonía de representaciones de la modernidad eurocéntrica y sus instituciones como referentes que aspiramos alcanzar.
Lo que en 1918 aparentemente no era siquiera pensable y menos aún susceptible de ser incluido en un programa de acción, hoy, es inexcusablemente imperativo: las universidades deben valorar la diversidad cultural y promover relaciones interculturales equitativas y mutuamente respetuosas, tanto en su seno como en la sociedad. No es suficiente con que las universidades incluyan personas indígenas y afrodescendientes (como estudiantes, docentes y funcionarios) dentro de su vieja institucionalidad, la cual es expresión viva del legado colonial. Independientemente de su insuficiencia y problemas propios, la meta antes mencionada constituye una aspiración y una demanda de numerosas personas indígenas y afrodescendientes que encuentran obstáculos para acceder a las universidades y/o para graduarse.
Pero no es suficiente con ella. Para superar el legado colonial, las universidades deben reformarse a si mismas para ser más pertinentes con la diversidad cultural propia de la historia y el presente de las sociedades de las que forman parte. Deben incluir las visiones de mundo, saberes, lenguas, modos de aprendizaje, modos de producción de conocimientos, sistemas de valores, necesidades y demandas de pueblos y comunidades indígenas y afrodescendientes, así como, según los países, de otros grupos culturalmente diferenciados. Este ha sido, desde hace varias décadas, la demanda de numerosas expresiones y dirigentes de los movimientos indígenas y afrodescendientes de América Latina. También lo ha sido de diversos y numerosos sectores sociales e intelectuales que sin ser ni indígenas ni afrodescendientes comprendemos que no sólo no es ético sostener modelos societarios y educativos que en la práctica excluyen a amplios sectores de población, sino que además entendemos que para las respectivas sociedades nacionales no es ni política, ni social, ni económicamente viable privarse de las importantes contribuciones de esas vertientes particulares, de su historia y de su presente.
No se trata sólo de sumar como individuos indiferenciados, sino colectivos con sus lenguas, visiones de mundo, saberes, valores y proyectos societarios. La valoración de la diversidad cultural y el desarrollo de relaciones interculturales equitativas y mutuamente respetuosas pueden ser recursos provechosos para mejorar la calidad de vida y el desarrollo humano sostenible de nuestras sociedades. Es curioso, pero algunas dirigencias universitarias parecen no acabar de valorar algo que ya ha sido comprendido y está siendo económicamente explotado por laboratorios farmacéuticos, agroindustrias y otras corporaciones transnacionales: los conocimientos tradicionales de esos pueblos. No se trata de "hacerles un favor a los pobrecitos excluidos", se trata de hacernos un favor a todas/os nosotras/os, de reconocernos como ciudadanas/os de sociedades y Estados pluriculturales y plurilingües.
Se trata de no vivir ignorando componentes y aspectos de nuestras propias sociedades para poder desarrollar nuestras sociedades acorde con nuestras peculiaridades y no, todavía hoy, como deslucidos reflejos de las sociedades europeas. En esto, las universidades y, más en general, la educación superior, tienen un papel importante que cumplir, no sólo como instituciones productoras de conocimiento, sino también como instituciones formadoras de cuadros técnicos, profesionales, dirigentes, críticos. Noventa años después de la Reforma Universitaria de 1918, las universidades deben valorar la diversidad cultural y promover relaciones interculturales equitativas y mutuamente respetuosas. Un desafío que actualiza y reformula democráticamente los postulados de un movimiento que se propuso luchar contra la opresión y toda forma de tiranía.
Daniel Mato (Profesor de la Universidad Central de Venezuela) (Fragmento del capítulo "Actualizar los postulados de la Reforma Universitaria de 1918: las universidades deben valorar la diversidad cultural y promover relaciones interculturales equitativas y mutuamente respetuosas")
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