Publicado en PALABRA
Rosa Esther Beltrán Enríquez
1 Oct. 08
Querían hacer de México una morada de justicia y de verdad:
la libertad, el pan y el alfabeto para los oprimidos y olvidados.
José Alvarado
Mañana conmemoramos el cuadragésimo aniversario del infausto, amargo y funesto acontecimiento de la masacre en la plaza de las tres culturas de Tlatelolco.
Terrorismo de Estado, terrorismo impune; aún no hay responsables, no hay castigo para los que, desde un gobierno represor, cuya divisa era: "gobernar es enseñar a obedecer" (Monsiváis), defendió sus dogmas, abatió sus fantasmas de conspiración cubano-soviética y además muchos de los agresores fueron premiados con cargos sucesivos en la administración pública, todavía en el sexenio pasado.
En México el poder es así; en el 68, ante demandas justas de los jóvenes estudiantes y ciudadanos, impusieron la paz de los sepulcros, la paz de los reclusorios, mediante una carnicería que terminó con la vida de un número indeterminado aun de estudiantes que las autoridades reducen al mínimo y los estudiantes calcularon entre 300 ó 500 personas, pero no hay cifras confiables.
Las demandas eran libertad a los presos políticos, castigo a los responsables de la represión, extinción del cuerpo de granaderos, indemnización a las familias de las víctimas, cese a los jefes policiacos y la derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal, que establecían el delito de disolución social.
Ante las agresiones de las fuerzas policiacas y militares que se extendieron durante varios meses, la única defensa de los estudiantes eran las marchas, los mítines, las brigadas y el pacifismo auténtico de la ciudadanía, ésos fueron el verdadero medio masivo de comunicación y, por primera vez, se defendieron en este País los derechos humanos, emergieron entonces ásperos, toscos elementos de una nueva cultura política, cifrada en el rechazo a la desinformación.
El del 68 es un agravio vigente, así lo define nuestro insigne periodista Julio Scherer García, quien también señala que Luis Echeverría, en el 68 Secretario de Gobernación, ha insistido en declararse inocente, pero no puede argüir haber sido un observador menor de los eventos, especialmente porque él es el gran ganador de la masacre, con ella se derrumbaron las posibilidades de sus contrincantes por la Presidencia y ayudó a crear un ambiente de tensión y crispación en el País.
Los mexicanos tenemos la obligación de no olvidar ni permitir que se olviden los actos de agresión, porque esto debe ayudar a que no se repitan. Los políticos apuestan a la mala memoria social y la sociedad debe preservar la historia de abuso.
La herida del 68 no se ha cerrado. Declaraciones como las del político con las manos ensangrentadas (durante su gobierno continuaron los actos de represión) solamente ayudan a echarle sal.
En Coahuila hay participantes del movimiento del 68, sus testimonios reviven momentos de persecución y también de profunda reflexión sobre las estrategias y las tácticas de la movilización para enfrentar la rudeza de la embestida represora del gobierno.Los hermanos Cepeda Flores, de quienes uno de ellos falleció en la masacre; José Luis García Valero, residente en General Cepeda; Luis Córdova Alveláis y Raúl Yeverino son algunos de los coahuilenses que participaron activamente en el movimiento del 68.
El profesor Yeverino fue fundador del Comité Nacional de Huelga de la Escuela Normal Superior, él expone que el movimiento del 68 tuvo efectos muy evidentes, entre los más importantes señala el haber contribuido a inducir fisuras en las estructuras tradicionales del charrismo sindical en el magisterio introduciendo la participación democrática y crítica entre los estudiantes, se crearon también los comités de lucha magisterial, delegacionales y seccionales independientes.
Mañana, a las 6 de la tarde en el Auditorio "Jesús Ochoa Ruesga", de la Facultad de Arquitectura, los participantes en el movimiento del 68 compartirán con nosotros sus experiencias.
El holocausto del 68 es imborrable y no podemos tolerar a los que pretenden desvanecerlo, distorsionarlo o de plano desaparecerlo de la historia.
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