lunes, 22 de junio de 2009

Autonomía Ficticia en la Universidad de Nuevo León

UNL. Autonomía ficticia

Severo Iglesias. Mayo, 2009.

1. Mito y rito. Cuando una respuesta es recurrente y se usa en cualquier circunstancia, está en camino de volverse un mito: su relato previene contra la duda y la crítica. El rito es su complemento. Siendo acto reiterado, anestesia la conciencia y refuerza la prevención y el dogma.

Pero las leyendas mitológicas no son fantasías, tienen existencia transfigurada. Leídas como acertijos, no tienen una lógica de acceso, son adivinanzas, su solución no es convincente, es insinuación; leídos los signos no verbales de sus misterios (gr. myein, “cerrar los labios”) delatan su secreto (lat. secernere, “poner aparte”). Es cosa de descortezar las palabras.

Por ejemplo, la diosa Atenea, secretaria de la asamblea olímpica, trabajadora y previsora, (agoraia, ergane y pronoia), no nace como cualquier mujer, de vientre natural; se gesta como dolor de cabeza en Zeus, que el herrero Hefestus alivia con un hachazo, del que brota la lechuza. Todo se aclara cuando el problema es dilucidado: Zeus representa la política, el hacha bifronte es cetro del poder, el técnico sigue sus mandatos, la lechuza ve de frente, no puede eludir o fingir.

Para comprender al mito se debe penetrar en su dialéctica: es inversa al logos. La razón hace hablar al ser: lo convierte en problema y busca su respuesta; el mito no percibe el problema, sólo es atento al resultado. Por eso lo usa como fórmula inescrutable.

La tarea de la razón es des-cubrir el problema. Lo demás se pone a la vista con evidencia.

***

Es así como se mitifica la autonomía universitaria en los países cuyo pensamiento, espíritu, valores, ciencia, cultura y tecnología son débiles. Se borran los rastros del problema que la originó. Con ella se creyó responder al atraso, al malestar académico y profesional; pero con los discursos rituales sobre la autonomía universitaria se expulsa a la postura contestataria. Vamos a ver.

2. La leyenda de la autonomía. ¿Cómo surgió la autonomía en México? En la superficie, por un problema universitario común, como los que se dan en la institución desde que nació en siglo XIII. El 9 de julio de 1929, declara Portes Gil: ante “el peligro de ser devorada por los prejuicios y las tradiciones”, “el gobierno revolucionario de México da la oportunidad única a las clases intelectuales para que vengan a confundirse y a saber qué es la Revolución y que comprendan su enorme responsabilidad.” Su fuente, pues, era la distancia en la clase media ilustrada y la marcha de la Revolución Mexicana.

En Nuevo León, ante una demanda escolar rutinaria, el 2 de octubre de 1969, a un año de la fecha simbólica del 68, Eduardo Elizondo gobernador, identificado con los intereses empresariales, sorpresivamente propone que el consejo universitario nombre al rector y las juntas directivas a los directores de las escuelas. Se agregaba la autonomía administrativa y académica, que por razones prácticas ya funcionaban. A eso se llamó con eufemismo: “autonomía”. El 26 de noviembre el congreso aprueba la ley. Su causa quedaba en la oscuridad.

El cambio de régimen administrativo fue festinado como la gran innovación que traería mejoras para todos. Por lo pronto, la “comunidad” y la burocracia universitaria agregaban la “A” a los papeles y las fachadas.

¿Qué significó tal “autonomía” para los fines de la UNL, qué beneficio trajo para México y NL, para la ciencia, la cultura, la tecnología y la vida nacional? Nada y ninguno. La enseñanza ha sido la misma rutina: el profesor no sabe más de lo escrito en el texto, el estudiante repite lo mismo; el desempleo ilustrado es cotidiano, las cuotas son cada vez más altas, los pagos por titulación y trámites son exorbitantes. El ejercicio profesional es mero medio para obtener mejor remuneración. Se decía que debía de salir de la torre de marfil, hoy debe salir de la torre de control.

Obviamente, entre el significado que legalmente dio el Estado a la autonomía y el que tomó realmente hay una gran distancia, como la que hay entre la ficción y la vida efectiva. Inversión de significados que cobró su verdadera eficacia: la esperanza ficticia se volvió frustración real.

3. El verdadero significado del mito. El verdadero significado del mito, ya señalamos, emerge detectando su problema. ¿A qué problema obedecía la autonomía?

Los mitómanos gustan de referir los sucesos a los agentes, los hechos y anécdotas, como si eso los explicara. Quienes ocuparon puestos en la Torre, creen haber desempeñado un papel “histórico” y guardan los recortes de prensa de esos días. La lucidez, en cambio, exige detectar el referente efectivo al que responde: como toda institución lo tiene en las condiciones de su época, el régimen político y los intereses en juego. Recordemos.

Þ Para la UNM, las condiciones históricas en 1929 eran:

* La segunda revolución tecnológica moderna con la industria eléctrica, de hidrocarburos, química, farmacéutica, automotriz, aeronáutica. Una característica suya: absorben la ciencia en sus procesos.

* Nuevas ramas de la biología, la mecánica cuántica, la relatividad, la ciencia atómica, la lógica matemática, el psicoanálisis, los reflejos condicionados, la sociología y la economía positivas, el derecho colectivo, civil y nacional, las ciencias de la educación, la administración privada y pública.

* Los carteles del capital se disputaron el dominio del mundo en la guerra 1914-18.

* La distancia entre los países imperialistas y los dependientes se ampliaba: al dominio comercial se agregaba el monopolio de la industria de medios de producción, los atrasados producían materias primas. Se ahondaba la brecha entre el mercado de bienes de capital y el de consumo.

* Los nuevos medios de comunicación, la prensa masiva, el radio y el cine, usaban las bases consuetudinarias perceptivas del deseo y la motivación, para generar la industria cultural.

* Los obreros socialistas tomaron el poder en Rusia.

* El régimen fascista avanzaba en Italia y cobraba forma en Alemania.

* México realizaba una revolución antifeudal, hacía transformaciones para acabar con los poderes retrógrados de la iglesia, los terratenientes y el pretorianismo. La nación se abría paso como fundamento de la vida política y civil, el poder constitucional rescató la propiedad originaria de los recursos naturales del país.

* La crisis económica mundial hizo su aparición.

* En 1929 México también vive una crisis: acaba de terminar el conflicto de la iglesia con el estado revolucionario, Obregón, el último caudillo, es asesinado, se funda el Partido Nacional Revolucionario para unificar las fuerzas políticas, el movimiento vasconcelista cobra tintes antirrevolucionarios, la universidad no tiene gran importancia para los militares.

  • El movimiento obrero se debatía entre el gangsterismo de la CROM y el sindicalismo oficial que cristalizó en la fundación de la CTM en 1936. El campesino era la fuerza de la reforma agraria. Las clases medias buscaban un lugar en el esquema nacional.

· ¿Era más importante preparar profesionistas que responder a las angustias del mundo y de México? La autonomía universitaria se levantó en la abstracción histórica. No se orientó por los problemas de su tiempo, se inspiró en el mismo brillo “cientista” del porfirismo que la fundó en 1910.

Olía a derechas. Claro, ante un México que buscaba su integración nacional y social acabando con la segmentación hacendista, el atraso y el aislamiento de grandes grupos de población, la desorganización de los trabajadores y las fuerzas políticas, en una palabra, en un México donde nacía el tejido de interrelación de todos sus componentes, la institución universitaria que reclamaba una vida aislada parecía voltear hacia el pasado.

Potencialmente no había duda: la universidad tenía una gran misión y responsabilidad ante la nación y la sociedad mexicanas. Pero en tales condiciones la UN”A”M se refugió en la burbuja, la “torre de marfil” que tantos criticaron.

Þ Para la UNL, las condiciones históricas en 1969 eran:

* Marchaba la revolución cibertécnica, la ingeniería genética, la robótica, la optrónica, la industria espacial, la telemática, la industria militar nuclear, se ampliaba la automatización, se generalizaba el trabajo ”inteligente”. La ciencia positiva y la técnica se volvían una sola cosa.

* Tomaban forma las empresas transnacionales, germen de las redes corporativas planetarias, con producción segmentada y modular, que descalifican a la formación profesional tradicional.

* El desarrollismo tocaba a su fin. Habiendo impulsado la producción secundaria en los países dependientes, los ató con mayor fuerza a los centros imperiales que surten los nuevos medios y materiales intermedios.

* El régimen instaurado por la Revolución Mexicana daba signos de agotamiento. La clase capitalista mexicana patrocinada por el Estado se había configurado, estaba lista para apoderarse de la economía estatal y “civil”. Ahora podía refuncionalizar el régimen institucional a sus fines de privilegio.

* El control de la sociedad por el corporativismo sindical, agrario y popular perdía eficacia, la clase empresarial ya formaba parte del dedo elector.

* El socialismo se debatía en una crisis ideológica mundial y el conservadurismo que había penetrado en sus estados.

Nada de eso fue considerado como referente de la autonomía. En la fiesta la pregunta central era ¿quién sería su rector?

4. El proyecto privatizador de Elizondo. En Nuevo León la universidad había sido penetrada por el poder patronal. (Agustín Basave era un ideólogo de éste). Luego de concitar en 1962 a las fuerzas reaccionarias contra el rectorado de José Alvarado y los libros de texto gratuitos, había colocado a Eduardo Elizondo, emisario de los banqueros, en la tesorería del gobierno y luego en la rectoría de la UNL.

Su odio a las humanidades era conocido: su primer proyecto (que presentó personalmente a quien esto escribe), fue desaparecer la escuela de filosofía, igual que hoy en 2009 la SEP federal ha pretendido hacer desaparecer los estudios de filosofía de la educación media superior. Pretendía suplantarla con un centro “de investigación” con “becados”. Naturalmente, recibió una negativa rotunda a su proyecto.

Maniobrando con la complicidad del sindicato universitario (como lo denunció un sector estudiantil en un documento titulado Cómo elevar un rector a gobernador?), en 1967 Elizondo llega a la gubernatura como candidato priísta. Su táctica era sabida por todos: tomarla como trampolín, incrustarse en el gabinete económico del gobierno federal y conquistar más prebendas, concesiones y ventajas para los empresarios.

Desde el palacio EE arma la embestida contra la UNL y sobre todo contra los estudiantes. Estos habían avanzado en su organización y conciencia política. De las demandas académicas, habían pasado a las convicciones sobre el poder y la vida nacional. Elizondo quiere ser líder de la reacción. Cuando ya se sentía el malestar general nacional, presenta su proyecto aristocratizante de universidad.

Por entonces, Espinoza Iglesias, director del Banco de Comercio, había propuesto “que la iniciativa privada intervenga en la forma más decidida posible en la educación”, que los estudiantes “paguen no sólo las colegiaturas, sino el costo real de su educación.” Su propuesta: otorgar créditos reembolsables al terminar los estudios. Así “podrían perfeccionarse los canales de comunicación entre los estudiantes y autoridades universitarias, así como entre los estudiantes y las empresas.” Las escuelas serían, de ese modo, “remansos de la paz y el orden.” [El correo económico. Núm. 111, 1968.]

En la misma línea de negocios, Elizondo presenta en marzo del 68 su “Anteproyecto de Ley que crea el Instituto de Préstamos para la Educación Superior”.

Su función: “centralizar las finanzas de la UNL”. Su lema: estudie ahora, pague después. Su significado efectivo: esclavitud por deudas. Su procedimiento: elevar las cuotas. Su novedad era el “instituto”, un instrumento del poder económico y estatal, de estilo corporativo fascista: compuesto por el rector, el director de la sep, un representante del gobernador, dos campesinos, dos sindicales, dos del sector popular y dos del fantasmal ”consejo estatal de la ciudadanía”.

La respuesta estudiantil fue contundente. Se formó un Consejo Estudiantil con representación democrática y directa de cada grupo escolar. (Que sería la organización adoptada por el Consejo Nacional de Huelga en agosto del 68). Se elaboró una contrapuesta bien fundamentada y se invitó al gobernador a un diálogo público. Este lo eludió y retiró su propuesta aristocratizante. [Carta publicada por Sucesos, revista de circulación nacional, 4 de mayo de 1968.] Debe recalcarse: en su gran mayoría los profesores no apoyaron a los estudiantes.

5. La autonomía de un ultraconservador. Durante el movimiento del 68, Elizondo se hace a un lado y tácitamente simpatiza con los ataques al gobierno federal (aunque desde el interés patronal). Volviendo a la carga, el 2 de octubre del 69 otorga la “autonomía” a la UNL. Nadie la había pedido. Se percibía su estrategia: retirar al gobierno de la interlocución abierta con la universidad, para maniobrar en la oscuridad, como lo hace hasta la fecha.

¿Qué significaba, por tanto, que un representante de los negocios privados, enemigo de los intereses sociales y del trabajo, propusiera la autonomía de la UNL? Era un juego de burlas e inversiones, tal como si un papa Borgia hubiera defendido el luteranismo, o si Maximiliano hubiera dicho ser descendiente de los aztecas.

Era una medida polivalente: Elizondo pulía su imagen en el PRI, los grupos de interés universitario podían defender mejor sus posiciones, los militantes del Partido Comunista, atrincherados en el sindicato, se movilizaron en apoyo a Elizondo, les abría la puerta a la alta burocracia universitaria.

Estos, con su conocida táctica de “presionar apoyando”, declaran que “el movimiento estudiantil logra así una de sus primeras conquistas”.: el mendrugo de la autonomía. Así cerraron los ojos al movimiento del 68 que alcanzó su más grande conquista: la presencia de los estudiantes en la vida nacional.

Las nuevas izquierdas, con fuerza en el movimiento estudiantil, presentaron un proyecto de reforma como condición para aceptar la autonomía. Sus bases: una educación científica, humanista y democrática; libertad de aprender, cambiando la relación maestro-alumno a la división de funciones para buscar soluciones a problemas reales del vida nacional, social y humana.

Movimiento al que se opuso la vieja izquierda, con el pretexto de “dar a la ‘opinión pública’ una ‘buena imagen’ de la UNL” y de “no presentar problemas” a las autoridades. Todo se concentró en la aprobación burocrática de la nueva ley orgánica. Su contenido medular: formar una asamblea compuesta por tres representantes maestros y tres estudiantes de cada escuela, las juntas directivas serían paritarias.

El rectorado “autónomo”, compuesto por dirigentes de esa vieja izquierda parapetados tras la honestidad de Oliverio Tijerina, hizo lo mismo que el “autoritario”: inventario, programación administrativa, “capacitación” de profesores, estudios sobre carreras medias para beneficiar a los empresarios que reclamaban técnicos y trabajadores capacitados, la prepa. 9, el edificio de matemáticas y las “brigadas de beneficio rural”, creyendo que enseñaban algo a los agricultores. (Periódico Universidad. Núm.17, oct. 1970).

6. La autonomía corporativo-fascista. Hacia enero de 1971, las disputas por el poder entre los burócratas de la Torre, las presiones del PC a través del Secretario General y el inicio del porrismo en Leyes, facilitan a Elizondo ejercer presión maniobrando con el presupuesto de la UNL. En 1970, el gobierno dedicaba el 9.61% de sus egresos a la UNL, para 1971 esa partida es el 6.93%.

Tras el derrumbe del primer rectorado “autónomo”, se nombra al liberal-demócrata Ulises Leal. Sus posiciones eran: “acceso del pueblo a la educación superior”, reforma universitaria, “identificación” de los estudiantes con el pueblo, “llevar la cultura al pueblo”, protección de la autonomía por el Estado.

La universidad protesta contra las presiones del gobernador. El 26 de marzo del 71, éste entrega la universidad a los empresarios y corporaciones. Le impone una “Asamblea Popular de Gobierno” de corte fascista formada por: diez charros sindicales, cuatro de la Confederación Nacional Campesina, un miembro del patronato universitario, uno del patronato pro-laboratorios y talleres de la UNL, ocho de la prensa, la radio y la televisión, uno de la industria, el comercio y el congreso local, cuatro de los profesionales “organizados”, tres alumnos y tres profesores.

La “Ley” se impuso con violencia. La “Asamblea” nombra al coronel Arnulfo Treviño como rector. La antiuniversidad triunfa con la fachada de la autonomía.

Se presiona a profesores y empleados con la nómina, se imponen directores en las escuelas, la policía toma ciudad universitaria, hay arrestos y heridos. El 29 de mayo, González Casanova de la UNAM apoya la lucha de la UNL, el 30 llega Bravo Ahuja, Secretario de Educación, como mediador, con siete ex-rectores se redacta la nueva ley orgánica, aprobada el 5 de junio. (Con Junta de Gobierno y voto paritario de Juntas Directivas).

Una de las demandas de la manifestación del 10 de junio reprimida por el gobierno en el DF era el apoyo a la UNL.

Elizondo es defenestrado y renuncia a la gubernatura lanzando una profecía: se trata de una “paz temporal que nada significa, que conducirá la institución a una abismo del que difícilmente podrán rescatarla las generaciones venideras.” En efecto, todo mundo supo que él patrocinó a los grupos antiuniversitarios que asolaron a la universidad desde entonces.

7. La violencia organizada contra la UNL. Desde entonces, los atentados contra la universidad fueron sistemáticos. Por el gobierno de Farías, por los grupos comunistas descontentos debido a su salida del aparato administrativo, y por las derechas ante el pase automático (que indujo a formar “Aulas Anexas” de medicina para los rechazados), ante la reforma al bachillerato encabezada por la prepa. 2 y generalizada en el verano del 72, la reforma a Filosofía y la integración del Colegio de Ingeniería y Ciencias.

A partir de abril del 72, la oposición cobra la forma de la violencia organizada. A plena luz del día, los grupos porriles organizados por Urencio y Perches en Mecánica y por Ugartechea en Medicina, se desplazan armados con la anuencia de los gobierno de Farías y de Echeverría.

En agosto de ese año pasan a imponer directores en las prepas 2, 3, 6 y 7 y filosofía. Con un rector y un consejo universitario “errantes”, el gobierno entrega el subsidio a una “Junta de Gobierno” fantasma, que en diciembre impone a Lorenzo de Anda como rector.

Un secreto a voces circulaba desde hacía una década: la UNL contaba con recursos inmobiliarios, tales como los terrenos rescatados en la canalización del Río Santa Catarina, en cuyo manejo tenía ingerencia el gobierno y el patronato universitario. Estos presionaban al rector Leal para su enajenación. (Equivalían a 700 millones de aquellos tiempos).

8. La estrategia fascista para apoderarse de la UNL. De las manos del profeta defenestrado, salió la estrategia para poner la autonomía al servicio de la antiuniversidad. Nada fue casual, aunque algunos grupos, disfrazados de “neutrales” y “razonables”, con la conciencia amordazada así lo hayan visto.

Sus tácticas: las que el fascismo utilizó en Italia y Alemania entre los 20 y los 40’s.

* Desarticular la administración universitaria expulsándola de su recinto y generando el desconcierto entre los empleados habituados a manipular papeles, y armar una campaña de desprestigio personal contra el rector y las principales cabezas de la transformación académica.

Nicolás Treviño de Mecánica, Agustín Basave de Filosofía (muy conocido por sus trapacerías administrativas) y Alfredo Piñeiro de medicina, elementos de la Junta de Gobierno, llamaban a los otros miembros “los bandidos emboscados en la Junta de Gobierno”.

Su meta: despertar la conciencia reaccionaria armando una campaña contra todo lo que tuviera un tono democrático; igual que se ha hecho en Monterrey contra todo movimiento obrero, estudiantil o popular, desde la represión de Bernardo Reyes en 1903 y las agresiones patronales armadas contra los trabajadores de Vidriera en 1936.

* Sembrar la ambivalencia de la comunicación al identificar los cambios universitarios con la política echeverrista, que era punto de ataque común de las izquierdas del 68, de las derechas por su populismo, del conservadurismo académico enemigo de toda reforma; y generar un ambiente de temor con provocaciones, secuestros y golpizas a funcionarios y líderes. (Las notas de prensa de esos días dan cuenta de eso).

Su meta: cortar el enlace entre la base y la dirección universitaria. De esa manera, la reforma y la autonomía eran atribuidas a minorías, se decía que se había desconocido al Consejo Universitario, que las reformas no eran aprobadas por éste, que la “comunidad universitaria” esta en contra de la administración, etc. (Las actas de dicho organismo son prueba en contrario de estas mentiras).

* Promover el desconcierto, la sospecha, la desconfianza, la “cacería de brujas”, e implantar los malos entendidos y los tabúes del discurso con una “guerra de papel”. Su efecto fue la autorepresión de la expresión y el amordazamiento temeroso e interesado de los simpatizantes. Muchos miembros del consejo universitario dejaron de asistir a las sesiones para no ser motejados de “ulisistas”.

Su meta: debilitar la conciencia colectiva y la vida universitarias. Entonces pesaba más la insidia, el insulto y la mentira que los hechos y la verdad justa. (Diversos hechos consumados por aventureros fueron atribuidos al movimiento de reforma).

El Norte, particularmente, exhibió sus más sucias expresiones en esos días. Bastaba que el pasquín los mencionara para que muchos universitarios se separaran. Operaba con la práctica patronal de levantar “listas negras”.

* Aprovechar la ceguera de las viejas izquierdas que, basadas en la consigna de fuerza de “estar a la cabeza del movimiento o fuera de él”, en connivencia con los orquestadores de la violencia contribuyeron a la dispersión parapetadas en algunas escuelas, esperando recuperar su lugar perdido en la administración y volviéndose cómplices de las derechas en filosofía, algunas prepas y medicina.

* Matar el movimiento estudiantil con la difusión de la droga, el activismo de minorías que suplantaba a las bases democráticas, la división al nombrar directores, la corrupción de muchos grupos con prebendas, cargos docentes y “chambas”, con el ataque de los simpatizantes guerrilleros que veían la reforma como una medida burguesa.

Disuelto el movimiento estudiantil, se segó la fuente de inspiración de la acción universitaria, pues los profesores mostraron una posición conservadora en su gran mayoría.

En tales condiciones, se procedía como lo hicieron los nazis: acusar a los socialistas de incendiar el Reichtag, achacar a los judíos todos los males de Alemania, reforzar la sospecha con la mentira, hacer creer a los cobardes que su actuación es “inteligente”, desarticular las fuerzas para dejar el campo libre al ejercicio de la violencia.

De esa manera, se hizo caer a la cabeza universitaria ulisista en la trampa: esperar que el gobierno pusiera fin a la violencia.

Los gobiernos de Farías y el Echeverría actuaron como cómplices de los grupos fascistas que implantaron la antiuniversidad. De ese modo, éstos se apoderaron de la UNL amparados en la autonomía. El Estado se lavó la manos y se abrieron las puertas para que el poder empresarial interviniera en la universidad abierta y veladamente.

9. Luego...la administración del fascismo. Expulsados por la violencia de la UNL alrededor de 400 profesores y trabajadores, muchos estudiantes a quienes se desaparecieron incluso sus expedientes, en el 73 Luis Todd es impuesto como rector. Se iniciaba el reinado de la “bata blanca”, como se decía.

Su primera medida: dar organización general al porrismo reforzando “el orden” y los grupos de “protección” universitaria para reprimir toda protesta o diferencia en las escuelas. Para ello, reconoció la “deuda” económica que la UNL tenía con los grupos de asalto que estuvieron posesionados de la Torre desde abril del 72. (Más de tres millones de pesos).

Después: implantar la paz de los sepulcros para santificar el atraso. Para eso, hizo lo mismo que Soberón en la UNAM: dar sueldo vitalicio al rector o director que se reelijan. De eso modo nada sucede, todo se reduce al arte de corromper estudiantes, de conciliar los intereses feudales de los grupos, de humillarse ante el gobierno, de no hacer crítica. Cualquier propuesta de mejoramiento o innovación educativa genera discrepancias y dificulta la reelección. Fue la política implantada desde el gobierno federal a través de la ANUIES (Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior).

De ese modo se autoselecciona la mediocridad. La inteligencia y la cultura son un defecto en cualquier candidato con posibilidad de éxito. De allí en adelante, la universidad se autorregula, vive fuera de México, del mundo y de la vida. En la alienación autonómica. El burócrata universitario cobra, el profesor cobra, el estudiante sueña indiferente hacia todo. El gobierno está a salvo: ya no recibe críticas de la “inteligentzia”.

El remate: la programación burocrática de los estudios acabó con el oxígeno que insuflaba la libertad de cátedra, la certificación de carreras y escuelas la ha subordinado a los “estándares de competencia” del imperio, la misma ley de profesiones se ha acomodado a esos dictados. Se trata de una universidad sin fines nacionales ni sociales, perdida en el tráfago de las funciones rituales: la docencia, la investigación y la difusión cultural. En medio de la maraña “modernizadora” implantada por la burocracia de la ANUIES y la complicidad de los rectorados, designar a una universidad como “autónoma” es más o menos una burla.

10. La fuente de lo ficticio. En nuestro libro La razón ficticia hemos expuesto lo siguiente: cuando un sujeto se encuentra en una posición insostenible “no puede salir ni estar adentro”. Por ejemplo, la posición del presidiario: es insoportable vivir adentro sin libertad, pero no puede salir. Entonces, como decía Marcel Carné: “el prisionero sueña”, acaba evadiéndose e ingresa en la alienación. Allí soporta las cosas con compensaciones ficticias que no corresponden a la verdadera realidad. Así son la autonomía y la “excelencia” académica.

Tal es la situación insostenible donde se desenvuelve la vida universitaria. Veamos.

Si el objeto de trabajo universitrario son los principios del pensamiento, la cultura, el mundo y la humanidad, que son las condiciones necesarias y universales de la existencia, no puede ser atendido directamente por una institución de autoridad ocupada en la administración, la legislación y la justicia, que son ámbitos particulares. (Y menos por autoridades comunes).

Por eso, tanto el positivismo porfirista, la “familia revolucionaria” y la dictadura partidaria en las “ciencias de clase” del socialismo de control reprimen su autodeterminación.

Si su objeto es preparar los sujetos prácticos eficientes reclamados por la “planta productiva” y la división de los negocios, la universidad queda atrapada en la estructura económica que impide su autodeterminación y la ahoga en el círculo autoritario del capital.

La autonomía parece liberarla de ambas cárceles. Pero ¿qué significa en el mundo moderno, que es tejido y contexto interrelacionado donde todo debe su existencia a las fuerzas generales que circulan en él? Pretender una vida propia absoluta es soñar en el vacío.

Claro. Autonomía no es autosuficiencia. Si autonomía significa “darse su propia ley”, entonces sólo la naturaleza y la sociedad son autónomas: la primera tiene sus leyes forzosas; la segunda, con la acción política- histórica funda los principios y las formas de organización social.

La autonomía universitaria, pues, no puede ser en si, no se sustenta en ella misma. En el mundo moderno nada existe fuera de los marcos nacionales y sus bases constitucionales y ninguna institución tiene capacidad para darse leyes propias, sólo para reglamentar su cumplimiento.

No es autonomía por sí, es creada por el congreso del estado como “organismo estatal descentralizado”. Por eso, la conciencia de vivir al margen del estado, ilusión de muchos universitarios de izquierda, es una ficción.

No es autonomía para sí. De hecho, se concentra en sus funciones de docencia, investigación y difusión de la cultura. Sus finalidades quedan en la penumbra de la conciencia. Forma profesionales cuya función es laborar con eficiencia en los negocios, las instituciones y la administración pública. Forma “investigadores” cuyo destino es incrustarse en los centros de innovación y proyecto de las grandes empresas. Y difunde obras que ella no hace, sino que fabrica la industria cultural. (Películas, pinturas, música, etc.).

En pocas palabras, cree tener fines propios y son ajenos. Por tanto, vive como el esclavo en una realidad de opresión pero se comporta con la conciencia del amo. No tiene siquiera la capacidad de ver sus cadenas. Vive en la alienación.

Esto no puede ser de otra manera. La universidad nació como brazo seglar de la iglesia católica. México la cerró en 1833. Su resurrección contemporánea sucede en la época de la segunda revolución industrial, en ésta la ciencia pasa a ser parte directa de las fuerzas productivas. Si éstas son propiedad privada, el profesional sirve a éstas.

La cultura, referida a las bases perceptivas, los usos y hábitos, a las obras artísticas, el entretenimiento y el deporte, con los medios de reproducción y comunicación masiva, pasa a ser un negocio al que la universidad sirve con su difusión.

La investigación, trabajo “desinteresado y libre” de siglos anteriores, era ya una industria. (La fundación del laboratorio de Edison y A.D. Little en 1876, el Eastman Kodak en 1893, el B.F. Goodrich en 1895, el General Electric en 1900, el Du Pont en 1902, el Bell Telephone de 1907, son ejemplos de ello). La preparación de investigadores en la universidad significa subsidiarlos. La autonomía de 1929 y la de 1969, lejos de haber desatado los hilos que ahogan al saber y la cultura, significó la formación de un nudo más complejo. La conciencia y la autoconciencia que la autonomía creía significar era en realidad una inconsciencia mayor.

A eso se agrega la asimetría entre las motivaciones de sus miembros y las funciones y fines efectivos de la institución. Cuando se declara que aquellas son “sociales” el papel de la institución no cambia. El uso del saber, dado el mercado, la competición profesional y el ejercicio privado, es individual; creyendo preparar para el beneficio social genera avidez por el lucro.

Para el pueblo, que sólo fue testigo de los “grandes cambios”, la universidad era un espejismo. Quien ingresaba a refinar su egoísmo, lograba algún saber para servir al estado o los poderosos; quien aspiraba a servir a la nación o la sociedad, no adquiría la capacidad ni el saber suficientes. Al primero le reforzaba sus privilegios, al segundo sus frustraciones.

En realidad, la historia lo demuestra, la universidad reconvierte el intelecto en conciencia privada: transmuta a los hijos de obreros y campesinos que ingresan a sus aulas. Les amputa su sentimiento de pueblo para volverlos clase media al servicio del mejor postor. Muchos miserables se dan cuenta de eso con tristeza: “luego de los sacrificios hechos por nuestros hijos” éstos nos pagan con su ausencia.

La autonomía era un lente oscuro usado para ver un espejismo. Sus verdaderos nexos la delatan.

En la realidad de las cosas, su conexión con el estado es directa. El poder económico, político, institucional y civil generales, conjugados en el poder del estado, al aportar los recursos económicos y al trazar los cauces de las funciones y la normatividad legal y social, subordina la acción de la universidad.

Sin fines nacionales, populares, civiles y políticos, la institución, atada al carro de la economía al “vincularse con la planta productiva”, se ata a la sumisión. No sólo de los negocios mexicanos sino del extranjero, puesto que dicha planta depende de los insumos exteriores. Por eso la preparación en esas áreas se limita a enseñar a operar tecnologías extranjeras, no a generar las propias; a repetir corrientes científicas y de pensamiento, no a generar la propias; a usar un saber, no aprender a generarlo.

Su evolución posterior, amparada en esa autonomía ficticia, ha sido su “tecnificación” subordinada.

Pues si bien la educación tecnológica tiene como función preparar profesionales competentes de acuerdo con los avances técnicos, la universidad tiene como centro el saber teórico y dotar de capacidad para analizar todos los problemas y las diversas soluciones efectivas posibles. Sobre esa base se deben ejercer sus profesiones. La situación particular de los problemas reales determina el modo de aplicación de cada una.

De manera que el tecnológico prepara para el trabajo más eficiente, en tanto la universidad debe preparar para eso, respondiendo a los fines nacionales, sociales y humanos.

11. El feudalismo universitario. Más allá de sus buenas intenciones, un significado histórico-político adquiere la autonomía. Es el ingreso en el neofeudalismo.

En efecto, una característica de esta formación histórica, además del sometimiento de los siervos por los señores, era el régimen de privilegios que regía a los estamentos y corporaciones.

No existiendo en ella un derecho y un interés generales, los monarcas eran meros coordinadores de los intereses particulares de la nobleza, la clerecía, la milicia y el comercio. Igual que las corporaciones, como la misma universidad pontificia y las compañías de conquista, los estamentos tenían regulaciones, dirección y justicia propios, “autónomos” respecto a los demás.

Igual sucedió con el nacimiento de los municipios, que la burguesía y los gremios reclamaban exclusivos para el tráfico y el trabajo.

Por supuesto, la autonomía no es el simple regreso. Expresa la incapacidad del estado moderno para promover y propiciar el trabajo intelectual, cultural, artístico y técnico en torno a fines universales con orientación nacional e histórica clara. Lo cual explica el feudalismo anidado en grupos, colegios y escuelas universitarias; que muchas veces se vuelven intocables en su exclusivismo.

La figura del rector, en tal situación, pierde todo significado, es arcaica. No puede regir la vida académica por el atrincheramiento de los intereses, pero también por la profundidad y la extensión del saber y los problemas. Se reduce, en el mejor de los casos, a ser un administrador de los recursos humanos, físicos y financieros de la institución y a concertar los intereses feudatarios.

El “interés común", que era esgrimido por la universidad tutelada por el estado, es ahora el “interés de todos”, o sea, la suma de los intereses feudales de cada grupo.

12. Crisis del Estado y autonomía. En el reverso de la página, la autonomía es regreso formal. En su significado real, expresa la crisis del estado moderno, que al proteger y propiciar los intereses del capital, abre un vacío entre él y la población. Es la conocida descomposición de las instituciones, que según los sociólogos aparece por la falta de intermediarios entre la sociedad y el poder.

Ese vacío pone en evidencia que tal ejercicio de poder ha agotado sus posibilidades históricas y debe abrir el paso a un estado sustentado plenamente en la soberanía social.

Y ha dado lugar a las “estructuras en paralelo”: poder central-poder “autónomo”- descentralizado, etc.; ministerio de trabajo, agrario, de salud, y sus respectivas “procuradurías”. Con la duplicidad institucional busca asegurar el cumplimiento del derecho respectivo.

La construcción de esa muralla paralela, que parece obedecer a la “astucia” del poder central es, en realidad, un síntoma de su agotamiento. Significa convertir las vías de la representación “autónoma” en correas de transmisión de una sociedad donde reinan las funciones y el control. La función política verdadera de la autonomía es, precisamente, asegurar el control.

El orden y la paz, no el progreso, llegaron a los recintos universitarios. Y, si por accidente se trastocan, la violencia institucional o la del estado intervienen para restablecerlo. La historia de las represiones contra los jóvenes es la historia de esas intervenciones.

13. La república del pensamiento y la cultura. Hemos de recordar. Entre las refriegas por la autonomía y las propuestas de reforma y una nueva institución con proyección hacia la historia futura, latía una nueva concepción de la universidad. Hoy ésta nos queda clara en lo que denominamos la república del saber o del pensamiento y la cultura.

Al respecto, entre las rutinas legaloides de la administración pública, se fue esfumando una figura moderna de la vida nacional: la república.

Lo público es la realidad, la norma y el poder que potencian la vida de la totalidad nacional. Sin ser propiedad ni recurso de nadie, es condición universal necesaria para hacer plena la vida de los miembros de la nación. (En el orden civil, por ejemplo, es la justicia, la garantía de convivencia libre y racional, la educación, la salud universal, la seguridad y la protección a la vida; en el político es el orden democrático, las instituciones para cumplir con el derecho, la participación colectiva y nacional; en lo personal, garantizar y aportar los medios para el ejercicio general de los derechos humanos).

Pero así como el estado se apropió del interés nacional (del artículo 27 constitucional en relación al petróleo), así lo hizo sobre lo público. Convirtió a éste en función económica del capital: la salud, la educación, la seguridad, para reforzar el poder de los negocios.

Dejar de considerar al centro público nacional como base y contenido de la universidad y derivar la institución hacia su autonomía ficticia es una coartada para que el poder económico y burocrático se apropien de ella a trasmano. La llamada “sociedad del conocimiento” significa esa sumisión.

Al contrario, cuando el conocimiento, la educación y la cultura se sustentan en tal principio público, entonces quedan claros sus contenidos: no son los saberes particulares de los colegios profesionales, tampoco los saberes técnicos subordinados a la propiedad de los grandes medios productivos, no es la cultura de la minoría instruida.

El orden, el interés y el servicio público, en sentido estricto, no pertenecen a nadie. Son bases y fuerzas que deben fomentar, garantizar y asegurar el cumplimiento cabal de los fines de las instituciones, sectores y seres sociales.

Ese saber público se sustenta en dos planos.

Primero, los fundamentos del mundo existente: la aptitud universal para pensar libremente, la realidad del mundo que incluye la conexión racional con la naturaleza y la humanidad autodeterminada con justicia como fin.

Segundo, en los grandes principios estampados en el artículo 3º. de nuestra Constitución, que las instituciones, autónomas y no autónomas, no han hecho suyos. Son éstos: la separación de todo credo religioso, el humanismo, el nacionalismo, la racionalidad y la democracia. Sus fines son su correspondiente faro: la soberanía social, la soberanía del pueblo y la nacional.

La universidad que elude su compromiso con la nación mexicana y los mexicanos necesariamente vive en la ficción y gira sobre un saber, una organización y un interés privado donde fermenta el sinsentido y la tentación a tergiversar la verdad. Y toda esa podredumbre se transmite a las nuevas generaciones de estudiantes.

En estos planos radica el orden de la universidad organizada como república del pensamiento y la cultura, no en la división del trabajo profesional que obedece a los negocios, la industria, la agricultura o los servicios que son peones del capital. Su cima es la formación de una existencia, un comportamiento, una praxis y un sentimiento espiritual.

Que no nos espanten los términos. El positivismo y el practicismo han navegado siempre en favor de la cosificación y el pragmatismo, relegando la vida de los valores universales de la dignidad, la belleza, la verdad, la justicia y la libertad. Estos no son medios o instrumentos para ejercer una carrera, aplicar una técnica o para ganar dinero: son fines en sí mismos y eso significa que son bienes espirituales. Su significado es público: contribuyen a engrandecer la vida.

Sobre su base, la ciencia, la técnica, el arte, la cultura y todos los estudios superiores, adquieren la orientación y la fuerza que la nación y la sociedad mexicanas necesitan para constituir su merecido futuro.

Por supuesto, una república no se organiza en torno a un monarca, a los intereses feudales o los negocios. Tiene el orden propio trazado por esos fundamentos, respecto a los cuales la ciencia, la técnica y el arte son funciones que deben ejercerse para engrandecerlos. La información, las nuevas formas de pensar, de saber y de sentir, han reubicado la enseñanza, la difusión y la investigación en meras rutinas. Se exige proyectarlas al porvenir.

¿Es esto utopía? Sin audacia, claro, nada ni nadie se hubiera atrevido a decir “no” a lo existente.

14. El poder constitutivo de la república del saber. Visto el lado del limitado “poder propio” de la autonomía, se pone a la vista su forma, su nomos, su “ley”. Su secreto se descubre fácilmente: el gr. nomos viene de nemo; del indoeuropeo nem, que es arreglar, distribuir.

Su significado profundo es distinto a constituir, que es fundar, establecer la base necesaria de algo. De allí la diferencia entre un principio constitucional y una ley: aquél contiene la base de una nación y un pueblo, la legislación regula o distribuye el principio a los ámbitos particulares (económico, civil, penal, etc.).

La autonomía, por tanto, es meramente el poder de distribuir educación, no de constituirla; de repartir entre los vasallos los recursos públicos que se entregan, no de producirlos; de transmitir saber, no de generarlo. Tal es el papel de sus “autoridades”. No tienen siquiera el título de “representantes”, son designados o nombrados por una junta de notables.

No hay palabras inocentes. El destino de la “autonomía universitaria” es trazado desde sus mismos términos.

Su trayectoria penetra la organización de los estudios. Una anécdota dice todo: un amigo, al terminar los estudios, preguntó a otro “¿qué vas a hacer?” La respuesta justa: “ponerme a estudiar”.

En efecto, quien ha cursado una carrera sabe que al terminar llega la hora de ponerse a estudiar en serio; durante los estudios todo es la carrera contra el tiempo, la calificación y la obligación escolar. Nada se constituye allí. Las aptitudes, facultades y capacidades pierden en muchos casos su fuerza y orientación con los filtros que se aplican para evitar la libertad de pensamiento, con el diseño de los puestos de trabajo y las funciones profesionales que los empresarios turnan a los vasallos para que las implanten en los planes de estudios.

15. El ciudadano de la república del saber. Obviamente, a una republica le corresponde una base ciudadana, que es el verdadero soporte de todo poder público.

La enseñanza que se entrega al siervo, al alumno, en la ficción del “proceso de enseñanza-aprendizaje”, es la señal de la cadena que la educación impone al cerebro y al corazón.

La verdadera educación no se consuma por el plan de estudios, radica en el “curriculum oculto”, es decir, en las actitudes, hábitos, ideología, reacciones y modos de adaptación que las instituciones transmiten. El saber que el estudiante recibe es tan exiguo que no vale siquiera el tiempo perdido para adquirirlo. Los libros, la realidad y el Internet enseñan más que los profesores.

Por eso se debe develar el misterio del legislativo que ha “distribuido” derechos a todos los segmentos sociales, incluidos los animales. Excepto a los estudiantes. Tal es el odio y el miedo que los sistemas tienen a las nuevas generaciones.

Y por eso, el tiempo de enseñanza debe dejar su lugar al aprendizaje. Si la libertad de cátedra ha muerto, que la entierren sus muertos.

La autogestión académica es ahora lo importante. Sustentada en la entrega de las teorías, los conceptos, los métodos, las técnicas de investigación; en la fuerza del espíritu depositada en las bases culturales, los valores, los grandes fines de la nación y la sociedad mexicanas. El maestro debe ser un colaborador.

Con la humanidad, la justicia y la dignidad como principios, la autogestión deberá ser la bujía para resolver los problemas nacionales, sociales, naturales y humanos, basándose en una división del trabajo igualitaria que se ocupe de los grandes problemas, no del dictado y la rutina escolar.

Sólo así la universidad podrá transitar hacia el futuro. Y el estudiante, que es su actor principal, podrá ser ciudadano que, por derecho y responsabilidad propios, entregará a México su esfuerzo.

Severo Iglesias. Mayo, 2009.

P.S. Todo lo anterior quedó documentado debidamente en nuestro libro La UNL. Democracia contra elitismo. Publicado por Ed. Goliardos, 1973.


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