lunes, 11 de mayo de 2009

Sobre la Influenza


Silvia Ribeiro*

ese a la manipulación de información por parte de autoridades e industria, es inocultable que el actual virus de gripe porcina (ahora asépticamente llamado de influenza A/H1N1) tiene su origen en la producción industrial de animales.

Las autoridades conocían la amenaza de pandemia, pero no dieron importancia a los avisos de instituciones científicas y organizaciones sociales para no interferir con los intereses económicos de la gran industria alimentaria agrícola y pecuaria y de las trasnacionales farmacéuticas y de biotecnología que lucran con las enfermedades. Para ello son útiles los enfoques fragmentarios que no cuestionan las causas del problema: medidas de emergencia cuando los muertos y enfermos no se pueden obviar, mientras se afirma que la crisis se resuelve con más tecnología controlada por las multinacionales. Si hay nuevos virus, se encontrarán nuevas vacunas –patentadas y vendidas por las empresas. Aún si se encontrara una vacuna contra el virus más reciente, la cría industrial de animales sigue siendo una bomba de tiempo para la creación de otros nuevos virus.

El precursor más cercano del virus de influenza porcina que ahora se expande por el mundo se detectó en las granjas porcícolas de Estados Unidos desde 1998. Provenía de la familia de virus H1N1, causante de la gripe de 1918. En 1998 recombinó con segmentos de virus de gripe aviar y humana, además de otras cepas de gripe porcina, una recombinación triple de la que no había registros anteriores. Esto alarmó a los investigadores por el potencial de seguir mutando y convertirse en gripe humana y/o mucho más patógena.

En 1999 ese virus ya estaba presente en 20.5 por ciento de los cerdos industriales de 23 estados de Estados Unidos, según reportó ese año la publicación Journal of Virology. Varios autores y publicaciones científicas advirtieron en los años siguientes que estos virus seguían recombinándose en los establecimientos industriales de cría de porcinos, donde circulan muchas cepas diferentes, que luego se diseminan a través de largos transportes nacionales e internacionales de animales y personas en contacto con ellos. Tanto humanos como animales pueden ser portadores de los virus aunque no manifiesten la enfermedad. Paralelamente, las cepas de gripe humana también recombinaron, al igual que las de gripe aviar –produciendo por ejemplo, la famosa gripe aviar H5N1, causada igualmente por condiciones industriales de cría.

Por todo esto, científicos advirtieron que la amenaza de crear una cepa de virus que afectara y se trasmitiera entre seres humanos era inminente. Se confirmó con la actual epidemia y puede suceder nuevamente: las causas siguen intactas.

Los virus de la gripe fácilmente recombinan, pero ciertas condiciones hacen que el proceso se acelere: la creación de resistencia dentro del organismo infectado, o que dos o más cepas diferentes infecten un organismo al mismo tiempo.

Ambas condiciones son cotidianas en las granjas industriales. Por la cantidad y hacinamiento de animales, la atmósfera infecta y calurosa, siempre hay distintas cepas que circulan y pueden infectar a un animal simultáneamente. Por eso les dan vacunas masivamente, que crean resistencias y como respuesta, los virus cambian. El contacto entre cerdos, aves de criadero y silvestres, insectos, microbios y humanos es permanente e inevitable dentro y a partir de los establecimientos, promoviendo la recombinación de cepas de diferentes especies. Los estresados animales reciben además hormonas, antibióticos y son rociados regularmente con insecticidas, lo que debilita su sistema inmunológico y provoca el aumento de medicamentos. Todo esto, junto a miles de toneladas de estiércol, va a los estanques de oxidación de las granjas, contaminado aguas y aire. De modo semejante ocurre en Granjas Carroll y en otras instalaciones de Smithfield, Tyson, Cargill y otros grandes criadores.

La Organización Mundial de la Salud conoce bien este panorama, por lo que es una vergüenza que haya cambiado el nombre de gripe porcina (que también asuela a humanos) al neutral influenza A/H1N1, para desvincular a la empresas de cría industrial de cerdos de lo que realmente son: causantes de la epidemia.

Igualmente absurdo es que el gobierno de México subsidie a los criadores industriales de cerdo asignando mil millones de pesos para que la industria se pueda resarcir de las pérdidas económicas por la epidemia que ellos provocaron. Siete empresas porcícolas trasnacionales –o asociadas a grandes criadores mexicanos–, entre las que se encuentra Granjas Carroll, tienen 35 por ciento de la producción porcina en México.

Además de crear catástrofes de salud y ambiente, estos oligopolios y sus granjas masivas han perjudicado seriamente a los criadores campesinos y de pequeña escala de cerdos y pollos. Allí también puede haber virus, pero es difícil que se encuentren varias cepas al mismo tiempo, y aún si así fuera, nunca crearán una epidemia porque son pocos animales en un espacio separado de otros.

En lugar de atacar las causas de la epidemia, se premia a los que la producen.

*Investigadora del Grupo ETC

Alejandro Nadal

l capital siempre ha codiciado someter la producción agrícola y pecuaria a su lógica de valorización. En la industria pecuaria, los grandes rastros y mataderos de ganado son un ejemplo de una línea de ensamble, pero al revés. En lugar de ir armando un producto final, a la res sacrificada se le va desensamblando por etapas. Pero la mejor imitación de procesos industriales en la producción pecuaria se da en los lotes de producción de ganado pecuario en condiciones estabulares y en las llamadas granjas porcícolas y avícolas. El hacinamiento y el afán de rentabilidad rápida han conducido a uno de los criaderos de agentes patógenos más peligrosos del mundo.

Ahora que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Centro de Prevención y Control de Enfermedades estadunidense declaran que al virus A(H1N1) no se le puede contener, y que lo único que queda es mitigar los daños, habría que preguntarles por qué toleraron durante décadas la creación de este tipo de establecimientos. Su fallida estrategia anti-epidemia ha quedado al descubierto. Y tiene la palabra complicidad escrita por todas partes.

Surgen dos preguntas clave. Primero, ¿qué hace tan virulento al A(H1N1)? Segundo, ¿por qué es especialmente mortífero entre adultos jóvenes? Las respuestas apuntan a las industrias porcícola y avícola.

La historia comienza con la confirmación por parte del gobierno mexicano de que un niño estuvo infectado con el virus A(H1N1) que ya provocó 150 muertes en México. El niño se infectó en marzo durante un brote de enfermedades respiratorias que afectó a 400 personas en el poblado La Gloria, cercano a Perote, Veracruz.

Dos criaturas perecieron durante el episodio e inicialmente el gobierno estatal indicó que se trató de infecciones bacterianas. Para el 6 de abril ya se había dado la alerta de una extraña enfermedad respiratoria y se registraron niveles muy altos de infección en La Gloria. Se estableció un cordón sanitario, pero no se dio la alerta sobre un posible brote de influenza. La responsabilidad penal de las más altas autoridades sanitarias está comprometida en este asunto. ¿Será que no se quería poner en riesgo la visita de Obama a México el 16 de abril? Revisen las fechas. Es sólo una hipótesis.

Más allá del engaño y la lenta reacción de las autoridades (siempre incompetentes y corruptas), surge la pregunta de por qué en esa zona. Veamos algunos indicios que apuntan en dirección de las instalaciones de la empresa Granjas Carroll, subsidiaria de Smithfield, la principal productora porcícola del mundo.

El virus A(H1N1) parece ser más virulento en adultos sanos de entre 20-40 años. Una vieja hipótesis entre los epidemiólogos es que, en estos casos, un sistema inmunológico sano y fuerte se convierte en desventaja. Una explicación es que cuando hay infección por influenza patógena, los vasos sanguíneos en los pulmones se hacen porosos y una proteína vinculada a la coagulación de la sangre se introduce en los alvéolos pulmonares. La respuesta desesperada del sistema inmunológico conduce a un edema pulmonar y acelera el desenlace fatal. Así, los pacientes con el sistema inmunológico más fuerte son los primeros en sucumbir.

Un virus patógeno utiliza al organismo anfitrión para transmitirse a otro organismo. Si lo mata antes de tiempo, queda aislado y no puede reproducirse. En la evolución de una cepa viral, se mantiene un equilibrio entre nivel de virulencia y la tasa de transmisión (de un anfitrión a otro). Cuando la transmisión es más rápida, la cepa aumenta su virulencia, matando al anfitrión más rápidamente.

Los mecanismos que promueven las mutaciones virales que conducen a mayor virulencia y rapidez de transmisión están presentes en la producción pecuaria, porcina y avícola en concentraciones industriales. El hacinamiento, la alimentación industrializada e inyecciones masivas de antibióticos y suplementos hormonales (para el rápido crecimiento), son excelentes promotores de una evolución que conduce a cepas patógenas virulentas. El hacinamiento y los débiles sistemas inmunológicos de cerdos y aves producidos en estas condiciones son propicios para generar tasas de transmisión muy rápidas. La acumulación de desechos es desde luego un foco de contaminación con graves riesgos para la salud humana y la integridad de los ecosistemas. La crueldad con los animales en estos centros productivos no es un problema menor. La cereza del pastel es la débil variabilidad genética en la población concentrada en estas granjas.

Bajo estas condiciones, el reemplazo periódico de la población de cerdos y aves provee nuevos lotes de anfitriones y favorece la evolución de cepas patógenas. Y si el reemplazo se acelera para aumentar rentabilidad (por ejemplo, pollos antes procesados en dos meses hoy lo son en 40 días), el ciclo viral se acelera porque aumenta la presión para que el virus alcance más rápido la fase de transmisión a otro organismo. La intensidad de virulencia aumenta proporcionalmente.

Al buscar cerrar lo que Marx llama los poros del proceso de valorización del capital, la gran industria porcícola y aviaria ha puesto en pie un sistema generador de cepas patógenas de fiebre porcina y avícola. Esto es lo que explica la aparición de una red filogenética de influenzas que afectan al ser humano precisamente cuando se globaliza el modelo industrial de producción avícola. Esta epidemia es prueba del fracaso de un modelo de producción y consumo que debemos reemplazar antes de que sea tarde.


Alfredo Jalife-Rahme

¿Se volvió la salud de los integrantes del ASPAN un asunto militar controlado por EU, específicamente por el Norad/NorthCom (por sus siglas en inglés): Comando de Defensa Aeroespacial de Norteamérica y Comando Norte?

Pareciera que la agenda del Norad/NorthCom es más amplia de lo imaginable (ver Bajo la Lupa, “México, ¿primer cobayo de la guerra irregular del Pentágono?”, 15/4/09), si hacemos caso al artículo del polémico Matthew Rothschild (MR), quien levanta la probabilidad de que el Norad/NorthCom se haga cargo del brote de influenza porcina y se haya estado preparando en ejercicios (sic) ante la eventualidad de una pandemia de influenza en los recientes tres años (The Progressive, 24/4/09)”.

Señala en forma alarmante que el Comando Norte ha encargado para su tarea de combate antiviral desde hace seis meses (supersic) a la tercera división de infantería del ejército del equipo de combate de la primera brigada que en los recientes cinco años combatió en Irak.

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ROLANDO CORDERA

ESTADO Y CIUDADANÍA HAY, PERO NO PARA TODO

Tras el susto no queda sino la tentación de decirnos, como en otras ocasiones: ¡la libramos! La perspectiva era negra: nos movíamos y movemos dentro de un sistema de salud pública cuya descentralización no propició nuevas energías integradoras, ni pudo evitar que el federalismo salvaje desatado por Fox con cargo a la renta petrolera la avasallara, hasta llegar al punto crítico donde parte de los fondos transferidos por la Federación para la salud simplemente no aparecen, se desviaron, se esfumaron.
La insuficiencia financiera y de alcance efectivo del sistema ha sido elocuentemente expuesta por la OCDE, así como por informes y ensayos especializados. Mucho se sabía, aunque tales conocimientos no hayan llegado a integrar un diagnóstico general y de Estado, como lo ilustra para su desdoro el Plan Nacional de Desarrollo; pero lo básico formaba parte ya del bagaje de los profesionales de la salud a quienes se les pedía ahora actuar, pronto y bien, en territorio desconocido. De aquí la desolación y la angustia institucional de los primeros días.
Entrampados el gobierno y el sistema de salud en esta tijera envenenada, se optó por la dureza y la acción pronta y radical, que ahora lleva a más de un improvisado pontífice a afirmar que “hubo sobrerreacción”. En realidad, dado el punto de partida aquí reseñado, no había a la mano sino el argumento contrafactual: ¿Y si en efecto es tan grave? ¿Y qué tal si ésta es la grande, tan esperada y tan temida por todos?
Este argumento sigue del lado de la autoridad, pero no por mucho tiempo, porque más allá de la piratería empresarial en curso, el reclamo y las preguntas formuladas en estos días de encierro pronto darán lugar a un severo cuestionamiento ciudadano que le toca responder sin ambages al gobierno, ahora sin el escudo un tanto prestado por la emergencia: ¿por qué tantos muertos, aquí?, ¿qué tan preparados estábamos?, ¿qué tanto lo estamos ahora, sabiendo que estos sismos reverberan y replican sin pedir permiso ni comprometer fechas?, ¿podemos empezar a garantizar(nos) atención oportuna y eficaz, cuidado digno?, ¿podemos asegurar que la cascada de noticias sobre la no atención en los centros de salud o las clínicas del IMSS pasarán al diccionario mexicano de sus infamias?
Muchos se regodean hoy ante lo que describen como “todo un Estado” que derrotó con decisión al virus traicionero. Tal descubrimiento del Estado puede ser tan engañoso como el optimismo que ahora quieren inventar los náufragos de la implosión de Wall Street.
The Economist advertía hace unos días contra este optimismo precoz y Paul Krugman no ha dejado de hacerlo recordando la recaída americana de 1937, cuando Roosevelt decidió que ya estaba bien y había que buscar el sacrosanto equilibrio fiscal. Y la recesión convirtió la vuelta de la sabiduría convencional en remate de una crisis que no parecía tener fin.
Redescubrir el Estado, y festinarlo sin hacerse cargo de sus ostensibles debilidades, puede llenar un programa de tv o una proclama radiofónica, pero no lleva a ninguna parte, porque soslaya lo fundamental y obscurece las zonas neurálgicas que el encierro no pudo disfrazar y que saltaron ante nuestros ojos desde el principio del pánico: no tenemos suficiente capacidad instalada para el diagnóstico específico; no hay investigación básica epidemiológica ni dirigida expresamente a solventar las fallas al parecer geológicas en materia de vacunación; y las finanzas públicas, en su extrema precariedad, no pueden capear el temporal de presiones provenientes de un empresariado voraz e insolidario, ahora acompañado por gobernadores que, miopes pero no lentos, “ven la suya” y reclaman ampliaciones del gasto, sin que ninguno de ellos diga esta boca es mía cuando deba abordarse el hoyo negro de los impuestos.
No hay por qué alarmarse, dice el gobierno, porque recursos hay y para todos: pero esto sólo tiene sentido en la hipótesis de que las fuerzas productivas nacionales pueden valerse por ellas mismas y, por ello, lo presupuestado para encarar la crisis económica antes de la lluvia del virus basta y sobra, para lidiar también con los costos y nuevas exigencias atribuibles a la desgracia sanitaria.
Tal hipótesis carece de fuerza y fundamento, si atendemos a lo que se hace en otros lados, como Brasil o Chile, o a lo que se ha hecho y se hará en Estados Unidos.
No basta, entonces, con preguntar a Hacienda si lo anunciado para aliviar los efectos del virus es adecuado. Un debate sólo sobre esto no hará sino desviar la atención sobre lo principal y lo que urge encarar: que Hacienda y el Congreso se pregunten y se respondan en un solo acto de política si lo dispuesto antes de este susto ha fluído; cuáles han sido sus efectos y si, a la vista de una extensión del receso americano y mundial, es en efecto lo que hay que hacer para salir al paso de la caída tan aguda en la producción y el empleo pronosticada por el Banco de México y el propio FMI y para evitar que se nos vuelva un viaje al centro de la tierra.
Estado y ciudadanía hay, pero no para siempre ni para todo. Y si algo no sobra en esta temporada infame es tiempo. Y la sabia virtud.

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