PERSPECTIVAS ACTUALES DE
Severo Iglesias
La percepción cotidiana sobre la filosofía sitúa a ésta como “teoría” contrapuesta a la “práctica” o abstracción sin realidad, en los círculos selectos como el gran saber inaccesible al común de la gente.
Para responder a esta doble equivocación, esta introducción se propone exponer en términos generales la concepción histórico-crítica de la filosofía.
Su contenido general no responde a las propensiones académicas, que han perdido todo interés filosófico propiamente dicho. Su horizonte no es el trabajo filosófico escolar sino los problemas del mundo, del hombre y de la historia. Y hoy, cuando se ha abierto la crisis general del mundo y la ciencia, el significado de estas tesis no busca transitar en la cultura o el intelectualismo, persigue aportar modestamente un esfuerzo para dar paso a la nueva historia.
Filosofía responsable y comprometida. En cualquier caso, la concepción de la filosofía abstraída del mundo falta a la verdad. [Ver El mundo como marco de referencia de la filosofía.] Los siete sabios griegos, Pitágoras, Heráclito, Platón, Aristóteles, Hegel y el mismo Marx, tuvieron que ver directamente con la acción política. Presentarlos “fuera del mundo” falsifica los hechos. Aunque es cierto que las escuelas de filosofía están plagadas de profesores y estudiantes que, buscando vivir sin afrontar los problemas reales, rumian las concepciones del mundo y las corrientes; o, en el mejor de los casos, andan tras la remuneración y la fama intelectual.
La mala concepción de la filosofía ha servido de pretexto para rechazarla en favor del activismo. Pero, en el fondo, cuando se acusa a la filosofía de sólo “interpretar” el mundo, se ignora lo que ella es. Más aun, la acusación induce a dejar de pensar, creyendo dar por resueltas las incógnitas propias del filosofar.
La concepción de la filosofía como pensar que asume su propia problemática y adopta una posición responsable ante la vida de México es la que aquí se sostiene.
No busca repetir el saber filosófico, eso “no se paga”; sino responder a los problemas nacionales, políticos, económicos, educativos, sociales e históricos de México, pero con los específicos principios, métodos y formas de conocer de la filosofía. [Ver Filosofía y situación nacional.]
La filosofía como sabiduría. La toma de posición filosófica que se hace cargo de las dificultades del mundo, de la acción, la historia, la política y el hombre, es el centro de estos planteamientos. Late en todos ellos el concepto de filosofía como sabiduría: que es saber con sentido y finalidad, capacidad para examinar y encontrar la mejor solución y pensar con alcance para llegar a la verdad.
Conviene adelantar algunos rasgos de ese pensamiento que, en su mayor parte, surgen en conexión con las disputas filosóficas que vienen desde los 60’s.
Al respecto, la filosofía como sabiduría del pensar con validez, o sea, la theoría, es su centro, abierto a dos vertientes.
Una. Su objeto ha sido el pensar mismo, plasmado en el ejercicio de la aptitud para vivir subjetiva o idealmente, que es un fundamento del modo de existir del hombre (como zoon logon). Es decir, que todos los actos de la vida humana, incluyendo los de su intimidad, se cumplen por mediación del pensamiento, no de manera netamente material. Y la organización de la aptitud de pensar es la sophía, abrigada por el sabio.
Dos. El pensamiento en tanto ciencia tiene a la reflexión como objeto y método, y su fin es la búsqueda de los principios y las categorías. Su organización es la epístheme.
La sabiduría tiene una tercera acepción. Teniendo como asiento a la acción, es deliberación sobre lo que debe hacerse respecto a los objetos cuya existencia depende del hombre; distintos a las cosas naturales, regidas por leyes constantes y ajenas a la voluntad humana. Es la sabiduría práxica o phronesis. [Ver Teoría de la praxis.]
La teoría de la praxis. Obviamente, la praxis tiene cada vez mayor claridad y alcance de acuerdo con los medios, las fuerzas y las bases reales que la historia ha construido.
Sobre todo hoy, cuando el pensamiento histórico ha irrumpido en todos los ámbitos, la praxis consolida su capacidad constitutiva para fundar nuevos y necesarios planos del advenir, al mediarse con las formas universales del pensamiento y la realidad.
Atrás quedan las versiones elementales sobre la práctica que, con su limitación, sólo reitera y conserva lo existente, atada al uso inmediato, útil o productivo; atrás queda la técnica, que es la anticipación de un proyecto para su aplicación en materiales, medios y hombres sujetos a control. La praxis adquiere hoy un campo social general, un marco de validez universal y un horizonte de alcance histórico que permiten considerarla como el centro que guía la marcha del mundo y el hombre de nuestro tiempo.
Y, precisamente, por ese avance la reflexión elemental sobre la sociedad no es suficiente. Confundir los planos del pensar, de la praxis y de la realidad, solicitar de ellos lo que no pueden dar, es un disparate. El mundo se transforma efectivamente con la praxis; pero el pensamiento filosófico tiene, mediado con la actividad universal, su propio modo de ser efectivo: al volverse modo de vida transforma la existencia, al modificar la subjetividad y la conciencia colectivas cambia un componente del mundo, al adquirir validez de verdad el pensamiento guía a la praxis e ilumina el camino. [Ver Manifiesto filosófico.]
De manera que, en ambas vertientes, tanto en la filosofía como pensar teórico y en la filosofía como praxis, su ejercicio no es inocuo, simple interpretación o sombra mental de la realidad. Es un modo de existencia y de actuar que tiene capacidad transformadora en sí mismo.
La conexión filosofía, política e historia. Convocarla a transformar el mundo desde una posición no filosófica significa, entonces, llamarla a convertirse en un medio suasorio para convencer o para justificar la práctica. Es pervertirla como invitación a creer, impidiéndole pensar por cuenta propia. En lugar de llamarla a comparecer con su modo propio de praxis, para enriquecer el mundo con su luz y gestar un modo de existencia nuevo; para salir de la cosificación oscurantista que se ha apoderado de la vida y de la alienación que ha subvertido el orden humano.
Por ello, porque es pensar de principios y base de la praxis universal, la filosofía nunca ha sido ajena a la “acción humana por excelencia”, a la política.
Más allá de las versiones denigrantes de la acción pública, desde los siete sabios griegos así ha sido y no puede ser de otra manera; pues la política, esa acción excelente, tiene la misión de trazar los principios, las formas de organización y los fines de una sociedad en un estado del mundo específico.
La conexión de la filosofía con la política no es extraña. Ambas tienen un carácter universal, no son asunto de especialidad o visión parcial de las cosas; y por eso corren parejas a lo largo de la evolución.
Igual, el devenir del mundo, o sea, la historia, no puede ser entendida de manera parcial, local o regional.
Esto por varias razones. 1) La especie humana no se adapta a un medio parcial sino a la totalidad planetaria. 2) La vida histórica concentra materiales, pensamientos, acciones y técnicas de todos los ámbitos, de manera que los avances nacidos en un punto involucran a las aportaciones dadas en el plano universal (baste considerar la formación de los grandes imperios y las olas “globalizadoras” modernas, desde la conquista de Europa sobre los demás continentes a partir del siglo XV hasta la del siglo XX, para explicar ese contenido universal). 3) Los hechos históricos son resultantes que conjugan al contenido real, al subjetivo y al práxico en una totalidad antropomórfica universal que adquiere una dialéctica propia, escapada de las manos de sus actores locales.
Captar dicha dialéctica universal, por tanto, no es asunto de las ciencias sociales, que son parciales por definición; sino del modo de pensar histórico, cuya conexión con la filosofía y la política es directa.
La dialéctica triádica. Por lo anterior se comprende que la praxis como acción humana universal, la filosofía como pensamiento universal, y la historia como ser universal del mundo en devenir, formen la trenza permanente que, oculta tras la segmentación del saber y la actividad sostenida por las ciencias y la técnica, constituye la clave para entender lo que sucede en el mundo y la humanidad. (Las palabras referidas a la risis del mundo y la humanidad, pronunciadas por Husserl en 1936, son un rubro de este problema).
Es allí, en ese punto de fusión de los tres contenidos, donde emerge la verdad del mundo. Esta no anida en el pensamiento contrapuesto al objeto; la verdad del mundo no es la adecuación de polos extraños (de acuerdo con la fórmula medieval adaequatio rei et intellectus). La verdad radica en la dialéctica triádica de estos tres componentes que, mediados y por sí mismos, fundan la maravilla que es la vida humana. Y, por eso, acusar al pensamiento de no transformar la realidad, es ver sólo un contenido del mundo e ignorar que la mediación constitutiva de sus términos es condición ineludible de su efectividad.
Así es: el pensamiento sin la acción es ineficaz y sin el modo de vida del hombre no tiene condición; la acción sin el pensamiento es ciega y sin la realidad es vacía; la realidad sin el pensar no tiene significado humano y sin la praxis es cosa impenetrable que no puede vivirse.
Vale la pena recalcar que la constitución de la teoría dialéctica triádica exigió revisiones críticas de su historia, sacarla de la mentalidad dogmática en la que había caído, reubicarla en el plano de los fundamentos del pensar y de la historia, rescatarla del significado instrumental que se le daba. Sobre todo, fue necesario romper su cáscara positivista, su elaboración en leyes de aplicación, para recuperarla como el devenir inmanente del mundo y del hombre.
Enlazada al principio de validez de la verdad, la dialéctica adquiere su propio movimiento, plenamente objetivo, protegido contra el timón instrumental que le torcía su derrotero de acuerdo con las instrucciones provenientes del poder, de la manipulación o de las batallas ideológicas. Entonces se vuelve un pensamiento fructífero, hace germinar cosas nuevas; porque es en el pensamiento mediado con la realidad y con la praxis donde brotan nuevas conjunciones.
Son superados la fórmula de la dialéctica positiva, el esquema de despliegue que sólo desenvuelve lo ya contenido en las cosas (como el río de Heráclito) y el molde de desarrollo, que sólo concretiza lo ya dado como posibilidad en un germen. La triádica da paso al devenir constitutivo.
También merece aclararse que esto no obedece al trabajo académico que fue abandonando a la dialéctica como problema, sino a la marcha de la historia. Lejos de las versiones simplificadas del devenir del mundo y la humanidad, concentradas en la secuencia de etapas, la historia de estos tiempos muestra una trayectoria distinta. En lugar de la simplificación predomina la complejización, en lugar del desenvolvimiento el envolvimiento de lo existente por otros planos, en lugar del devenir cerrado se hace patente el devenir abierto.
Pero, volviendo a lo elemental. Si se busca transformar o influir en el mundo, salta a la vista que no hay una ciencia del mundo. Este no es material a disposición de un proyecto industrial sino totalidad con dialéctica propia; la filosofía no es instrumento mental sino pensamiento con validez fundido con el modo práxico de existencia; la acción no es un paso circunstancial o un mero medio para cambiar las cosas, sino fundamento del mundo cargado de validez.
Ni la economía ni la ciencia ni la técnica tienen la amplitud y la profundidad para comprender la totalidad histórica. Sólo el pensamiento universal, que puede captar el devenir del mundo y que incluye al hombre mismo, puede hacerlo. [Ver Triádica. Dialéctica de tres términos.]
Limitación de las ciencias particulares. Entre otras características, las ciencias actuales son: 1), por definición, particulares, cada una abarca sólo una parcela de los campos de estudio; y 2) su evolución durante los dos últimos siglos ha sido marcada por su conversión en ciencias-técnicas, atadas a la producción económica y social general.
La ciencia positiva concentrada en las leyes y relaciones necesarias de las cosas, que marchaba pareja a la revolución industrial, se volvió una fuerza productiva para las nuevas ramas de producción a finales del sigo XIX; sus objetos, sus métodos y procedimientos cognoscitivos son desde entonces base para dar a los materiales un destino técnico.
Con su conversión en fuerza productiva directa, la ciencia se desprendió de la concepción del mundo, del hombre, de la vida, del significado de las cosas y del pensar, para volverse un saber que se aprende y se usa, en la profesión y la investigación controladas por la economía y los negocios. De tal manera, la pretensión de autonomía académica en las universidades, pese a todas sus justificaciones, ha servido de pantalla para ocultar la dependencia del saber respecto a la civilización industrial contemporánea.
En la mayoría de los casos, la ciencia positiva ha dejado de ser una concepción para ser sólo un saber de aplicación técnica; ha perdido su carácter negativo (Hegel) para volverse adaptación positiva a lo establecido.
A las ciencias sociales sucedió lo mismo. La ciencia iluminista y la de Marx se inspiraron en la filosofía, en la historia, el humanismo; pero colocadas a la sombra del positivismo se convirtieron en el análisis de hechos, de la acción social encerrada en la relación de medios y fines, en la técnica de programación y control, en la ingeniería de instituciones, procesos y estructuras. (De Durkheim a Weber, a Parsons, a Mannheim, a las teorías organizacionales y de sistemas diversos, se destila esa ciencia convertida en técnica social).
La filosofía misma, atrapada por el análisis lógico, la semiótica y la interpretación se volcó en un modo formal de pensar que se aparta del mundo real y se vuelve razón técnica. Razón que es la base general del proyecto científico-técnico que se ha apoderado del pensamiento.
El efecto más general de este giro de las ciencias, que se hace extensivo a toda la vida humana, ha sido tergiversar la razón, que es principio de la condición humana, para convertirla (desde Hobbes) en cálculo, ejercer el dominio y dar al mundo una forma instrumental, donde todo es un medio y nada es un fin en sí mismo.
Con dichas ciencias se abre así un doble ocultamiento: su razón es un falso racionalismo enmascarado con la eficiencia técnica; y tras dicha razón se oculta el irracionalismo de los fines impuestos sobre la vida. Lo cual es un corolario del espíritu de dominio que acompañó a la ciencia moderna desde su nacimiento. Los textos de Bacon y Descartes son elocuentes al respecto.
Con los grandes éxitos de la ciencia moderna, con el predomino de la ciencia técnica, con el control de la vida social por los negocios y la economía, la conciencia social progresista del siglo XX se iba nublando más. En lugar de anteponer al oscurecimiento técnico el verdadero pensar, liberador de la razón y generador de praxis, la conciencia atrapada por el control le agregó la ciencia técnica (suponiendo que la ciencia era “revolucionaria” sin restricciones); mientras la filosofía fue sometida al servicialismo que la caracterizó.
Una gran laguna abrió en la vida la ciencia positiva. Igual que las ciencias naturales, cuyo conocimiento no requiere considerar los valores en sus objetos, pues éstos no son buenos ni malos, bellos ni feos, justos ni injustos, así fueron vistas la acción y la historia. Parecía que nada tenían que ver con los valores, y con eso se justificaba el uso de cualquier medio con tal de seguir en la senda del progreso capitalista, de la democracia, del socialismo, del dominio.
Las armas nucleares, la producción de sustancias nocivas, la destrucción de la vida planetaria, la sobrepoblación, son resultados inmediatos del furor de dominio ilimitado desatado por la ciencia técnica asociada a los poderes económicos.
A lo anterior se agrega que, cuando se tratan los asuntos de la moral, la ética y la vida cívica con estos criterios científico-técnicos, dichos temas se hunden en el relativismo: se dice que cada persona, cada profesión, cada clase, cada corporación, tiene sus valores. Así no hay valor en sí mismo, todo depende del punto de vista o del interés.
Los mismos valores de la clase trabajadora y de la política nunca fueron precisados y la vida pública se movió entre el nihilismo y el uso de los “valores” como medios de control. (La proliferación del nihilismo de Nietzsche, incluso entre los seguidores del viejo socialismo, tiene esa crisis de fondo).
Acotación a la filosofía como ciencia. No obstante, a pesar de este giro del saber científico, la filosofía debió reafirmar su constitución como ciencia.
La pluralidad de versiones sobre la filosofía, en general, ha ocultado el hecho de que los grandes pensadores le han asignado el carácter científico. [Ver Introducción al filosofar.]
De los aportes de todos sus conceptos se ha obtenido un resultado: la filosofía cuenta con objeto, métodos, formas de conocimiento y sistemas propios. Además de ser la fundadora de la república del saber, ese carácter le da carta de ciudadanía en la educación. Las categorías y los principios como objeto; las vías dialéctica y fenomenológica como método; la reflexión negativa y mediadora en la ideación filosófica como formas de conocer; la totalidad abierta que absorbe al principio, al devenir y al resultado como sistema. Sin esas bases, el diletantismo nada puede construir, apartada de su fondo científico la filosofía es sólo discurrir improvisado carente de rigor.
La reafirmación de su carácter científico llegó a ser necesaria por varias razones. 1) Por el descrédito en el que iba cayendo en el mundo moderno frente a los éxitos de la ciencia positiva y formal. 2) Por el uso que se le dio como recetario concentrado en tesis (de Marx) y en aforismos sueltos (de Nietzsche), que se prestan a cualquier uso o la atribución de significados arbitrarios. 3) Por su utilización liberalista como mera opinión sin rigor, producto de la reflexión natural. Y 4) por su conversión en medio instrumental para inducir a la conciencia socialista o para justificar el irracionalismo en el nazismo.
El rechazo de su conformación como ciencia es una coartada intencionada que ahora, en la corriente postmodernista, es usada para desprenderse de la referencia histórica; creyendo que no hace falta remitirse al pasado y sosteniendo que todo se produce con la invención o el golpe de imaginación. Así se justifica la amnesia histórica frente al devenir pasado de la humanidad y la ceguera ante su orientación al advenir.
Pero debe advertirse. La constitución de la filosofía como ciencia no anula la consideración del pensar como centro de su atención; el que, obviamente, es más amplio y profundo que la ciencia misma que, de una u otra manera, ha de construir su objeto y circunscribirse estrictamente a él. El pensar, en cambio, puede abrirse a los contenidos adicionales que sus formas y las del objeto abren en su futura evolución. [Ver Dialéctica del pensamiento.]
La luz del principio de validez. Es precisamente en la existencia universal, cuando se fusiona el pensar con el modo de vida del hombre, donde emerge el principio de validez. [Ver Valores y sociedad.]
Más allá de lo que se diga, se haga o se piense, en el espejo del hombre que es un modo de vida especial en el cosmos, siempre aparece la cuestión de la validez que eso tenga.
No basta hacer, decir o pensar algo, pues la misma constitución y la subjetividad del hombre se abren a un campo de posibilidades que incluye decisiones múltiples, idénticas o contrapuestas. Las que, separadas, nada parecen significar; pero que, enlazadas con la totalidad de la vida y la historia, adquieren un significado y un sentido que les rompen su indiferencia.
Las palabras, los actos, los objetos y las ideas se convierten en objetos de estimación, respeto o consideración especiales que las vuelven un punto de referencia para “medir” a las demás. Se transmutan entonces en principios de validez que se constituyen en fundamentos, esto es, bases universales y necesarias para levantar la vida y las obras con verdad, con significado y con valor (sea éste la justicia, la belleza, la dignidad, el honor o la honestidad intelectiva).
Este proceder del hombre, al fundar con su pensar el plano de la validez, irrumpe en la muda estancia de las cosas en el cosmos; realidad imponente pero sin aparente significado, sentido o finalidad en sí misma. El pensar, en contra, funda la vida consciente, el sentimiento y la voluntad. Maravillas inconmensurables que unen a las vidas humanas, aun cuando toda la fuerza del universo se oponga, en torno a la tenue fuerza espiritual del amor.
El principio de validez proporciona el margen de apoyo sólido para salir del relativismo que ha predominado en las últimas décadas.
Luego de la segunda guerra mundial que vio proliferar el desprecio por la vida, por la civilización y la justicia, todo parecía justificarse apelando a lo relativo.
A la sombra del relativismo, la percepción de las épocas históricas fue vista de manera fragmentaria, angular, para aquietar la mente asustada ante los horrores presentes. (“Ya vendrán otros tiempos…”). La vida social y política fue vista de manera polar o dispersa: todo dependía del bloque de afiliación comunista o capitalista, del interés de clase, de la función profesional, del modo de ver personal. (La clave era ser “consecuente” consigo mismo, encerrarse en su caparazón y cerrar los ojos ante un mundo que parecía incomprensible e inmanejable).
Entonces la verdad universal, el valor humano general, el principio social común, el espíritu humano que diera unidad a las personas, dejaban su lugar a sustitutos de dicha validez; que en realidad eran simples medios al servicio del interés militar, económico, egoísta. La paz, el bienestar, el amor, la felicidad, encerrados los sujetos en sí mismos, nada significaban.
Fue la larga preparación para la feroz competencia destructiva que se ha entablado entre las corporaciones, los imperios, las personas y los trabajadores de esta era. Allí sobresale el más vil, el más desconsiderado; la llamada “sociedad civil” se nutre de esa sabia que rezuma el odio social que es la vía generalizada para triunfar. Igual sucede entre las naciones, las clases y los grupos.
La nueva historia que hoy irrumpe, al buscar la recomposición de la sociedad y el orden internacional, tendrá que apelar a los principios universales de validez que laten en toda vida humana, deformados por la alienación. Naturalmente, su aplicación no se hará en estado puro, pues las condiciones objetivas, subjetivas y práxicas de la época actual le darán su contenido particular, para inaugurar la nueva dialéctica del mundo.
La filosofía como ciencia autónoma. Puesta a salvo de los diletantes y de la subversión de su praxis, la ciencia filosófica ha reportado un brillante resultado que responde a la crisis histórica actual.
A la filosofía como ciencia estricta, es decir, con objeto propio, a la filosofía como ciencia rigurosa, con método propio; se agrega hoy la filosofía como ciencia autónoma. Contando con los elementos que legitiman la conversión de la aspiración o el amor por la sabiduría en un verdadero saber, tiene una existencia propia, capaz de darse su propia formación, sin depender de las demás ciencias, de la política, la técnica, etc.
Y, al contrario del pragmatismo que hoy invade a los estudios universitarios, que ve con desprecio todo lo que no es útil o que no sirve a los negocios o el poder, la filosofía muestra claramente que su forma de proceder es la aprehensión verdaderamente objetiva del hombre y lo existente. Sin los sesgos que le añaden el interés, la ideología o la cultura, puede captar al mundo y la humanidad como son, e iluminar su rumbo en aras de estos mismos.
La crisis de las doctrinas. Otro problema que la filosofía afronta en la actual crisis histórica es la crisis de sus doctrinas. En efecto, en diversas épocas y en parte del siglo XX la filosofía cobró la forma de la doctrina.
Esto se dice fácil, pero tiene importantes implicaciones. Sobre todo porque doctrina significa “lo que debe ser enseñado”. Lo cual quiere decir que su atención se centró en la transmisión del saber ya elaborado (de la filosofía, no del filosofar) y se olvidó de enseñar a pensar filosóficamente. Pero quiere decir también que tiene la carga del deber, de la obligación, la coacción, no la invitación a la discusión y al ejercicio del pensar por cuenta propia y por vía autónoma.
Hoy se puede observar que las corrientes filosóficas escolares que estuvieron vigentes en las últimas décadas han sido desplazadas del centro histórico. El marxismo, la analítica y la metafísica alineaban el pensamiento de los estudiantes y profesores. El contenido de los cursos, de los seminarios, la difusión, las publicaciones y los sesgos de los planes de estudio eran manifestación de dichas corrientes que se repartían y coexistían en los espacios académicos. Incluso la formación de asociaciones de filosofía obedecía a esa distribución.
Parecía que todo consistía en adoptar un criterio; aunque es necesario subrayar que las limitaciones de la adhesión eran suplidas con la pasión y la militancia, hoy ausentes en los estudios.
Inspiradas en pensamientos surgidos a instancias de los problemas y las preocupaciones del siglo XIX, las corrientes fueron enfrentando nuevas cuestiones, vieron deformados sus planteamientos con la interpretación, y acabaron enfrentando a la enorme distancia que se había abierto entre ellas y la marcha del mundo.
Los cambios en la correlación de fuerzas internacional, el avance de la crítica, el relativismo que erosionaba todo principio, las transformaciones económicas y civiles impulsadas por la cibertécnica actual, las tomaron desprevenidas. Lentamente, se vieron impedidas para dar respuesta a los problemas contemporáneos. Veamos.
Por un lado, un componente del marxismo, el materialismo, se había debilitado ante la recomposición de la ciencia física en el tránsito del siglo XIX al XX. La mecánica cuántica, la relatividad y la óptica no parecían requerir la hipótesis materialista.
La acción histórica revolucionaria de 1917 indujo a dar entrada al sujeto en la interpretación materialista y económica de la sociedad (a partir de Lukács en 1923); así como ahora la teoría social debe abrirse a la praxis histórica, a riesgo de seguir enredada en el empirismo programático.
Absorbido el pensamiento marxista por el positivismo, al sobreponer a la vida social la concepción de las leyes físicas y el conocer referido a las cosas, se vio impedido para comprender la objetividad característica del mundo humano. Acabó por entender a la historia como la marcha ineluctable de fuerzas históricas ajenas a la conciencia y la voluntad. Se entendía que el socialismo llegaría a la historia, aun contra la voluntad.
El fascismo y el nazismo confirmaron lo contrario. Una crisis capitalista se abre a diversas salidas: la revolución obrera o la reacción extrema; su desenlace depende de la organización de la conciencia y la acción que sean capaces de conducir la historia. (W. Reich).
Apropiado el pensamiento marxista como un monopolio de los comunistas, redujo su amplitud histórica. Para muchos intelectuales (Sartre y otros), adoptar el marxismo no significaba identificarse con los comunistas, quienes rehuían su comprensión serena. Acabó predominando la visión del marxismo como arma de la revolución en el capitalismo y como medio de control en el socialismo. Su espíritu de verdad se hundió en el relativismo que reducía la conciencia, la ciencia, la moral, el arte, etc., a ser meras expresiones del interés de clase, sin validez en sí mismas. Dejó de ser un modo de pensar el mundo para volverse un tipo de conducta y de actuación prácticas.
La dialéctica viva, modo de pensar específico que faculta para comprender profundamente al mundo en su plena objetividad, se volvió esquema científico, que construye y examina el objeto a su medida, no tal como es; y con su elaboración en tres leyes (unidad y lucha de contrarios, trueque de cambios cuantitativos en cualitativos y negación de la negación) se volvió incapaz de crear y descubrir algo, un pensamiento técnico disecado con el que sólo se hallaba lo ya contenido en ellas. Por añadidura, la aplicación de las leyes no dice nada sobre el contenido de los objetos mismos. No son más que las relaciones necesarias entre los objetos.
Erosionado por estas dificultades, el marxismo se refugió desde los 60’s en los antros académicos. Sobrevivió en ellos resucitando los textos humanistas del joven Marx (Los manuscritos del 44, La sagrada familia, La ideología alemana), donde permaneció atado al naturalismo y al hombre técnico que antes de producir proyecta la idea en su cerebro.
Finalmente, devino en una disputa escolástica donde las facciones buscaban reforzar la eficacia de frases aisladas, sin penetrar en su valor de verdad. El Marx joven y el viejo, el filósofo y el economista, el científico y el ideológico, formaron el rompecabezas en el que fue convertido su pensamiento.
El rumbo tomado por la dictadura del proletariado y el socialismo de control, la ausencia de perspectiva histórica con la que nació el socialismo en países distintos a
En espera de su valoración histórica, aun sin ser examinada con detenimiento, hoy es vista de soslayo y sobrevive porque aún “hay” marxistas. La prueba histórica por la que debe atravesar toda filosofía no fue fácil de resolver.
Por otro lado, la filosofía analítica basada en el examen lógico y formal de las cosas, desplazó a la concepción objetivista sobre el mundo real.
Su origen moderno se remonta al pensar matemático que busca detectar los componentes elementales o analíticos del pensamiento, despojarlos de sus características concretas, construir con ellos cadenas de razonamientos e inventar el arte del cálculo universal o ars combinatoria. (Descartes y Leibniz).
Parapetado en el carácter “exacto” de dicha ciencia, ajeno a las disputas que involucran a la existencia, puesto que la matemática no pretende corresponder a la realidad, el pensamiento formal transitó sin toma de posición pero con pretensiones de certeza ante el mundo.
Ajeno al principio de validez que sustenta a la epistemología, a la axiología y la historia, el pensamiento analítico no pretende ser verdadero ni falso, como lo hizo ver Russell, sino un modo seguro para extraer conclusiones y calcular consecuencias. Pudo así desentenderse de la verdad y quedar como mera forma intelectiva; que es el plano profundo del conocer sobrepuesto a la experiencia y la observación en las ciencias físicas.
Pertrechado en la neutralidad ante las tormentosas disputas entre el materialismo y el espiritualismo, entre el racionalismo y el irracionalismo, etc., el pensamiento formal se ostentó como punto de aceptación ajeno a los giros subjetivos o parciales del pensar, incluyendo la valoración moral y ética.
Escudado en su carencia de referentes sociales y humanos, se lavó las manos ante los álgidos problemas del siglo XX. A lo sumo, reconoció ser un apoyo técnico de la ciencia, como en las investigaciones atómicas y los vuelos al espacio extraterrestre. Para él, la libertad, la justicia, la democracia, nada tienen que ver con la ciencia y la técnica. (Según lo haría público el cinismo de Von Newmann, asesor de la carrera armamentista de Estados Unidos).
Fundido con los análisis lingüísticos, y tomado como pretexto para rechazar a toda concepción “metafísica” o realista de las cosas (Carnap), el pensar formal se despojó de implicaciones mentales y espirituales, preparando el escenario para trasladar sus operaciones a los procedimientos maquinistas, dando paso al cálculo automático.
Finalmente, rodeada la construcción de sistemas formales con la técnica de juegos (Morgenstern, Von Newmann), la estadística y la cibernética (Wiener, Ashby), ha sido la base de la cibertécnica actual, de los ordenadores, la informática, la programática y la automatización contemporánea de la producción y los servicios. El pensamiento formal ha sido, por tanto, absorbido por la técnica.
Un declive sufren el pensar y la filosofía con este giro. El pensamiento formal trabaja buscando en la profundidad de las nociones a las relaciones ocultas, a los nuevos elementos, los contenidos implicados, para sacarlos a la luz. Como toda ciencia, la historia de la matemática, en tal sentido, es la búsqueda apasionada de lo que no se conoce o no ha sido pensado aún, para construirlo y fundar un nuevo sistema. Por eso, la imaginación libre y aun el pensar lúdico entran en su actividad.
El pensamiento cibertécnico, en cambio, es iterativo; esto es, sigue y repite el camino trazado en la construcción de los dispositivos microelectrónicos, que son las carreteras materiales por las que corren los flujos de energía que “simbolizan” y traducen materialmente al pensar formal. Es, pues, un cálculo en circuito cerrado, que no puede sino reiterar lo que ya contiene en sus formas y combinaciones. Como técnica, es obvio, eleva la eficacia y la eficiencia; a condición de hacer desaparecer al pensamiento de su contenido.
Por un lado más, la metafísica y la teología, cuya historia fue una búsqueda de respuestas a la esencia y el valor del ser, al origen, la existencia y los fines del mundo, iban siendo relegadas por la marcha del mundo en el siglo XX.
Si la ciencia técnica puede modificar la composición de la naturaleza y generar materiales artificiales o sintéticos (por ejemplo, la misma materia viva ha sido construida en el laboratorio), rivaliza así con la existencia del dios artesano y el verbo creador.
Si el ser parecía ocultarse tras las apariencias, como lo aceptaron el pensamiento antiguo y la ciencia física moderna al contraponer la visión intelectual a las deformaciones de la percepción sensorial, con el criterio pragmatista se considera verdadero todo lo que puede hacerse; y así desaparece el problema de la verdad del mundo o del ser en sí misma.
Igual, creyendo tener a la mano el conocimiento del universo, como se hace en las cosmologías contemporáneas, la “cosa en sí” se esfuma y sólo se acepta la “cosa para nosotros”, la que es conocida o entendida a la luz de nuestras hipótesis imaginarias.
Los problemas del sentido de la vida y el significado de la existencia, igual, son relegados. La vida centrada en lo inmediato, en el aquí y el ahora del consumo, del saber instrumental, del éxito profesional y del lucro, acallan las voces que los reclaman. La alienación de la vida, la conciencia que renuncia al fundamento racional, se mueven con dirección invertida respecto al ser humano.
La crisis del mundo y la sociedad contemporánea, sometidos a la violencia más atroz, sostenida por los mismos avances de la ciencia y la tecnología; la invasión de la vida íntima por la publicidad y la técnica social; el declive de la vida política y su suplantación por las argucias del poder; la creciente miseria material y espiritual de las poblaciones, como ha sido reconocido por gentes prominentes de las mismas iglesias, convierte a la religión en tabla de salvación psicologista y pragmática, pervirtiendo el contenido mismo de la fe.
Las disputas teológicas, las investigaciones antropológicas e históricas, la reflexión honesta y sencilla sobre la existencia de dios y la posición del hombre ante el cosmos, han dejado su lugar al indiferentismo inconsciente; olvidando el importante papel que tuvo la religión en el surgimiento de la ciencia y sus raíces en la forma de vida humana. Si el socialismo creyó que con el ateismo desaparecía la religión, el capitalismo la usa para manipular y justificar la sumisión y la rechaza cuando se contrapone a la sordidez social actual.
Por otro lado adicional, la corriente del postmodernismo, surgida como un invento artificial ante la crisis de las doctrinas, ha vivido de afirmaciones sueltas que se acomodan al arbitrio, tomadas del irracionalismo de Nietzsche y otros autores, desconectadas de su historia, sus condiciones y su significado original. Es un performance, como ellos mismos dicen.
Agregado a esto, suplanta al pensar, las ideas y los conceptos, por el culturalismo, la imaginación y la comunicación, atando la filosofía al carro de la industria cultural.
La hermenéutica, surgida como una mezcla de religión (Dufrenne, Ricoeur, Gadamer), de retórica y de metafísica (Heidegger), suponiendo haber superado la epistemología, incursiona en el pensamiento para-racional. Y en lugar del pensar claro borda argumentaciones ad libitum sobre la alegoría, la parábola, la analogía, la semejanza, la paradoja, la ironía y demás formas de lo paralógico.
Común a estas líneas, es dejar de lado el encuentro de la filosofía con el hombre, con el mundo y la historia; así como se evade, con argumentos semejantes a los esgrimidos por el razonar perezoso, la comprensión de los grandes filósofos como Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás, Kant, Hegel, Dilthey, Husserl, Sartre, o se cree comprenderlos con frases aisladas y análisis sesgados.
Común a esta corriente para-racional es la conversión de la filosofía, que era entendida como conciencia del mundo, como luz de la humanidad o como guía de la historia, en decoración de la academia, de la cultura o las “humanidades”, que hoy suplantan al pensamiento vivo.
Las tareas actuales de la filosofía. Hoy, cuando el mundo sufre transformaciones cuyos alcances no están fácilmente a la vista, cuando los poderes imperiales se reparten su dominio, cuando los avances tecnológicos que son resultantes del trabajo y la ciencia históricas son apropiados por los poderes económicos, pensar el mundo es una exigencia ineludible cuya importancia es fundamental para el futuro del hombre.
Al respecto, la filosofía escolar ha puesto de manifiesto su incapacidad para iluminar el mundo y contribuir a su humanización. Los mejores profesores y estudiantes se han limitado con defender un espacio propio en las instituciones, pero a cambio de no tener mayor contacto con el mundo y de refuncionalizar su trabajo en favor de las instituciones establecidas. De los peores, ni hablar.
Ante tal situación, para cumplir con su misión en tanto pensamiento del mundo y mediación de la praxis, la filosofía debe salir de las escuelas y generar sus propios espacios públicos. Salir del proyecto científico-técnico que se ha apoderado de la educación, del trabajo, las instituciones, la dirección social y la mentalidad colectiva, para entender la dialéctica del mundo y liberar las fuerzas que alimenten la nueva historia.
La filosofía está emplazada, pues, a pensar el mundo, pensar la praxis y pensar la vida humana misma. No tiene necesidad de rivalizar con las habilidades prácticas de quienes se dedican a los oficios, o con la actividad técnica de las profesiones; tiene su propio modo de actividad que, junto con la historia y la política verdadera, es la praxis.
Por supuesto, la crisis de las doctrinas filosóficas vigentes durante la segunda mitad del siglo XX no se resuelve con la ortodoxia que se aferra al pasado, mientras el mundo sigue su marcha. Tampoco pretendiendo sepultar a la filosofía. Pues si naturalmente las corrientes pierden su vigencia histórica (y no se presupone aquí que las corrientes descritas estén muertas), forman parte del acervo universal de la humanidad y siempre estarán al alcance para iluminar al mundo desde su peculiar ángulo de visión.
En todo caso, si bien pueden derrumbarse las doctrinas, el pensar filosófico tiene hondas raíces en la existencia universal del hombre y siempre estará vivo. Pretender enterrar la filosofía es querer sepultar un simulacro de ella.
Sin embargo, la visión histórica que acompaña a la filosofía no se pierde en lo parcial; y donde la conciencia común sólo ve errores o fallas, la filosofía sabe ver la buena semilla. Como ya se señaló, algo tenían esas corrientes en común: eran resultados del pensar, eran pensamientos. Justo es, entonces que, luego de su evaluación histórica, y más allá de sus respuestas particulares a problemas de su tiempo, contribuyan a impulsar el pensamiento universal que ilumine los derroteros del mundo hacia el futuro.
Precisamente hoy es cuando la filosofía debe pensar el mundo para esclarecerlo y comprenderlo tal como es, sin evadir la obligación de ser lúcida en su visión; reconociendo también al trabajo y al sufrimiento como fuentes de sabiduría, sofocados en estos tiempos por el consumo y el afán de felicidad personal. Debe, en consecuencia, impregnar la vida social y convertirse en un modo de existir.
Mas para comprender al mundo no bastan la conciencia y la ideología, no basta “darse cuenta” o reflejar el mundo en el cerebro. Es urgente develar las tendencias latentes que contienen el germen del futuro, para alentarlas y darles nacimiento; así como es de cardinal importancia enlazar los problemas actuales con los fundamentos universales de la existencia y la sociedad para dar a éstos validez. Sólo así la filosofía puede cumplir con la misión que le corresponde.
La filosofía como pensar crítico. Planteada así, la filosofía renuncia al dogma que se establece de una vez por todas y a conceptos inmutables sobre las leyes de la naturaleza. Al contrario, en lugar de la fórmula definitiva, la filosofía se abre a un modo de pensar que capte los acomodos entre lo universal y las formaciones particulares de lo histórico, considerando siempre las condiciones que hacen posible el saber y la acción. [Ver Elogio de la crítica.]
Este modo del pensamiento filosófico es la crítica. Distinta a la forma vulgar que ha tomado como impugnación y ataque irreflexivos, la crítica es el saber que reúne en sí mismo lo particular y distinto en la unidad del concepto. Y que, por tanto, no sólo se dirige hacia la realidad o la acción, sino también hacia sí misma, para también revisar y comprobar su validez, es decir, para volverse autocrítica.
En tanto crítica, debe aclararse, la filosofía no puede permanecer en los límites del pensamiento kantiano, aunque aquí radique el origen moderno de su planteamiento. Pero si en ese pensador permaneció encerrada en los límites de la razón pura y concentró su esfuerzo en la condición de posibilidad del saber en cuanto pensar universal, la crítica exige la consideración sobre las condiciones necesarias y suficientes de existir, de ser, de actuar, de pensar, de sentir, de todo lo que se presente como cuestión.
Y su finalidad no es sólo el conocimiento, pues la deliberación sobre las condiciones de la praxis, en cualquier caso, dan consistencia a su ejercicio efectivo; igual que la revisión crítica sobre las condiciones de la vida social aclaran su conciencia y su significado.
Si en los tiempos de Kant la crítica era la exigencia que el pensamiento adoptaba para contrarrestar el peso de los dogmas; hoy, cuando, el relativismo se ha apoderado de las academias, sin la crítica la filosofía es elemental concepción del mundo, que ayuda a ubicarse en la realidad pero no a penetrar en el fundamento de la existencia.
En el momento actual de su devenir, por tanto, la crítica ha de reafirmar sus mediaciones con la realidad y con la praxis, conquistando un asiento en el horizonte histórico de la totalidad triádica. Sólo así puede ejercer el pensar y conservarse como un modo de existencia en devenir, no estancado ni cosificado.
Tales son las responsabilidades de los filósofos, fuera del salón y la escuela. Pretender que los filósofos de hoy pueden cambiar el mundo es equivocarse doblemente: primero, porque la filosofía actual está fuera del mundo, no se comprende a ella misma, menos puede comprenderlo; segundo, porque una minoría, quienes se dedican a ella, no puede suplantar al pensamiento ni a la fuerza necesaria de los pueblos para hacer presencia histórica. Cuando se habla del cambio histórico, la dialéctica social y las fuerzas del trabajo tienen la última palabra.
Finalmente, la filosofía no es técnica de control para cambiar el mundo, éste se mueve con la fuerza histórica de los pueblos y el trabajo. Y, aunque se ha visto obligada a organizarse como ciencia, su objeto son los fundamentos universales de la existencia, del ser real, el pensamiento y la praxis.
Es sabiduría del pensar como autoconciencia de la humanidad y sabiduría práxica para actuar en el mundo con principios válidos. No basta, pues, que la filosofía “se enseñoree de las masas”, sino que ha de iluminar la realidad y dejar ver los caminos a seguir, cobrando un carácter universal y fundamental para ocupar un lugar insustituible en la historia y la vida diaria de las sociedades.
Por eso, su centro primordial actual no son las corrientes, la doctrinas o los saberes referidos a tal o cual autor o tema, sino el filosofar mismo, convertido en un modo de pensar general con el que pueden entenderse, examinarse y resolverse los problemas. Modo que es distinto al pensar práctico utilitario, al pensar técnico eficientista y al de las ciencias positivas y formales.
La alienación de la conciencia, el pensamiento atrapado por la ciencia y la técnica, la conciencia que desconoce las causas que la mueven y dirigen, la inversión del mundo, la ausencia del espíritu de verdad, belleza y validez de valor, son suficientes para exigir a la filosofía que cumpla con su responsabilidad ante la historia: generalizar la aptitud de pensar hacia todos los seres humanos, constituir una concepción del mundo cargada del espíritu de verdad, de validez y de belleza.
Sobre todo, propiciar que los trabajadores, que son la base de la existencia social, hagan suya dicha aptitud para pensar, rescatándola de los intelectuales y gentes de oficio que se han apropiado de ella.
Interpretar el mundo, en el mejor de los casos, es traducir los jeroglíficos de la existencia; aunque la técnica hermenéutica actual se solaza en sus juegos de lenguaje, su simbolismo y la retórica.
Pensar, en cambio, es captar plenamente, desde sus fundamentos, al mundo, al hombre y al pensamiento mismo. Pensar desde sus fundamentos es adoptar el modo de la existencia humana; y por eso el pensamiento transforma por sí mismo cuando traspasa el interior. Siendo una parte del mundo, al cambiar él cambia una cara de éste.
Pero siendo captación completa, el pensar no sólo comprehende lo que es sino también lo que no es, lo que deja ver su perfil al trasluz del futuro. Es negación que puede abarcar el conocimiento de lo posible, de lo que aun no es; poniendo el espacio para que la praxis extienda su poder.
Así puede pasar de la dialéctica mecánica que escamotea los problemas con la camisa de fuerza de las leyes de la dialéctica, a la dialéctica viva que muestra con evidencia al mundo tal como es. Pasar de la dialéctica entendida como simple síntesis general de las ciencias particulares a la dialéctica racional que contiene a las formas del pensamiento y a la dialéctica fundamental que puede mostrar la realidad en sus condiciones verdaderas y necesarias.
La conciencia no es suficiente para cambiar al hombre, dado el cinismo de que se ha vuelto capaz. La reflexión, si busca incidir sobre la vida, no debe limitarse a saber; ha de asumir las consecuencias, los fines y los valores que cada giro del pensamiento ofrece. Debe volverse modo de existencia para superar la inconsciencia, la alienación, la indiferencia y el nihilismo; no una cadena que ate las manos de la acción ni un espejo para justificar el cinismo.
Sin el pensar crítico la conciencia es dogma, sin el pensar dialéctico la conciencia es cálculo, sin el pensar la existencia no es humana.
La lucidez, prevención básica. No hay filosofías inocentes, sentenció el maestro Lukács. Por eso, una prevención se exige al pensamiento cuando éste se erige en fundamento: la lucidez.
La irrupción de la luz de la razón en el mundo, la constitución de la existencia en su modo humano por el pensar y la erección del mundo histórico con la praxis, cargan ineludiblemente la irrenunciable obligación de la autocrítica. Con ella se tiene el campo libre para acceder a los fundamentos, a los principios, a las ideas claras y distintas, al logos de la vida, a la ciencia rigurosa y estricta, a la comprensión del mundo donde se reconcilian los planos de la naturaleza, el hombre y la historia.
El resultado de la autocrítica es la lucidez que reflecta a estos tres planos entre sí; sin contemporizaciones, sin prejuicios, sin apologías.
Y, por eso, la filosofía no puede permanecer inmune a la problemática de la alienación que ha tejido su tupido velo sobre el mundo. La alienación, no obstante, no viene sola; si se habla de un mundo invertido es porque se supone un mundo recto. Y si éste no se hace patente a la evidencia, la alienación es reforzada. Debido a ello, ese problema se diluyó entre las concepciones del mundo sin determinar sus alcances. A pesar de todo el campo de la ideología abrió en los 60’s el terreno para su encuentro cercano.
En efecto, además de su significado como la toma de posición frente a los asuntos de la sociedad, el concepto de ideología arrastraba dos contenidos, impenetrables a la ciencia y la técnica sociales. Significa la conciencia invertida respecto al modo como el mundo es en sí mismo, e implica la ignorancia de las fuentes y causas que la generan en la mentalidad colectiva.
En efecto, además de su significado como la toma de posición frente a los asuntos de la sociedad, el concepto de ideología arrastraba dos contenidos, impenetrables a la ciencia y la técnica sociales. Significa la conciencia invertida respecto al modo como el mundo es en sí mismo, e implica la ignorancia de las fuentes y causas que la generan en la mentalidad colectiva.
El problema de la alienación que acompaña a la ideología, pues, no tiene fácil solución. No es un asunto que se resuelva con el saber, no le basta recibir la luz de la razón y el mundo no se pone de pie cambiando las intenciones y los fines que adopta la sociedad. Cuatro categorías de la vida histórica, ocultas residen en sus intrincadas redes: la enajenación, la alienación, la mistificación y el fetichismo.
No es aquí el lugar para desenredarlas; baste señalar que el camino que va de lo simple a lo complejo, de la enajenación a la fetichización, no exhibe los misterios de la complejización de la vida.
Su crítica exigió ir al centro mismo de la inversión y la oscuridad de la conciencia colectiva. Dicho centro es la razón ficticia, fundamento de la historia enajenada; que penetra, confunde y fusiona al racionalismo y al irracionalismo, y actúa como operador eficaz de la vida alienada. [Ver La razón ficticia.]
Desde esta plataforma, el pensamiento crítico y la dialéctica triádica se conjugan en el pensar universal a donde se remiten toda posible filosofía y todo modo de filosofar.
Severo Iglesias, 2005.
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