Horizonte ciudadano
Rosa Esther Beltrán
Enríquez
La despedida del IFE
El arribo ilegal e ilegítimo de Carlos Salinas de Gortari a
la Presidencia de la República en 1988, mediante el fraude electoral dejó una
estela de inconformidad en la sociedad mexicana; hasta entonces las elecciones
habían estado marcadas por una retahíla de trampas personalizadas en los
famosos mapaches, encargados de la votación de millones de muertos, de
embarazar urnas, operar el ratón loco, supervisar que el padrón electoral
estuviera debidamente rasurado, ejercer presión sobre los votantes mediante
amenazas de que perderían los apoyos ofrecidos por los gobiernos en los
programas sociales, práctica aún vigente y modernizada.
El gobierno de Salinas se vio obligado a impulsar reformas
electorales que gradualmente fueron eliminando la participación directa del
gobierno en la organización de las elecciones, proceso que culminó en la
fundación en 1990 del Instituto Federal Electoral, organismo público, autónomo
y permanente, encargado de organizar las elecciones federales.
Uno de los objetivos fundamentales del IFE era velar por la
autenticidad y efectividad del sufragio, así como promover la cultura
democrática y garantizar y organizar la celebración periódica y pacífica de las
elecciones.
Quizá alguien se pregunte porque me expreso en pasado
respecto al IFE, la razón es que, a 23 años de su existencia, en plena
juventud, en unos días más ese instituto llegará a su fin para ceder su lugar
al Instituto Nacional Electoral (INE), lo cual, en lo personal, no puede dejar
de causarme inquietud y hasta cierta nostalgia, y es que la lucha ciudadana por
la creación del IFE fue larga y costó muchas vidas hasta lograr su
ciudadanización completa.
La breve historia del IFE implicó su intervención como pieza
clave en la transición a la democracia, la alternancia en el poder en la
Presidencia de la República y la transformación del Congreso de la Unión al dar
paso a la pluralidad partidista en las Cámaras de senadores y diputados, fue el
fin del partido hegemónico que ahora vuelve por sus fueros.
Tras la elección presidencial de 2006, la confianza en el
IFE se vio seriamente cuestionada por los partidos de la izquierda, una buena
parte de la academia y la ciudadanía críticas, incluso se le objetó su
incapacidad para supervisar las finanzas electorales e impedir que el dinero y
no los votos, se posicionara como el elemento definitorio de los triunfos
electorales; y esa historia se repitió en la elección presidencial de 2012 y
ahí está el caso Monex, recientemente estudiado por una comisión de la Cámara
de diputados que concluyó que en el proceso electoral de ese año el candidato
del PRI Enrique Peña Nieto gastó 12 veces más del tope de campaña, de manera
que, la ilegitimidad de los funcionarios públicos se va convirtiendo en
costumbre y el IFE fue increpado por la oposición partidista, incluso por el
PAN, como parcial.
Avanza la llegada del Instituto Nacional Electoral, el que
por la presión -se dice- de los gobernadores, que no quisieron soltar los
institutos electorales estatales (IEE), será una autoridad electoral híbrida;
algo que –a pesar de que la ley señala plazos perentorios para el mes próximo-
no se sabe bien a bien cómo funcionará; se suprimió la autonomía de los
IEE y a los tribunales electorales de los estados se los convirtió en órganos
subordinados al Senado; los consejeros de los IEE serán nombrados por el
Consejo General del futuro INE, así como su personal ejecutivo y técnico y los
magistrados electorales locales serán nombrados por los senadores.
Pensar que estas decisiones terminarán con el control de los
gobernadores sobre los consejeros locales es más que ilusorio si se toma en
cuenta que son los congresos locales los que nombran a esos funcionarios y a
los magistrados electorales y ¿quién manda finalmente en los congresos? Usted
dirá.
El proceso de selección de los nuevos consejeros del INE
está en marcha, pero los plazos legales están muy apretados y no se ve cómo los
consejeros aplicarán la multitud de tareas que supone la reforma política
considerada por los expertos como un tanto desordenada y que más que reforma
fue considerada como una deformación electoral.
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